Tecnopolítica y democracia
El impacto de la tecnología en la vida cotidiana ha sido ampliamente discutido en los últimos años. Para nadie es ajena la influencia de las tecnologías en los diversos ámbitos de la acción humana: la comunicación, los avances médicos, los transportes, la cultura, los medios de producción y los patrones de consumo, por citar algunos ejemplos. Incluso, en estos meses de pandemia sanitaria, el papel decisivo de la tecnología se vio reforzado gracias a las videollamadas, teleconferencias, las compras por internet, las cadenas logísticas globales y la sustitución de mano de obra por la robótica.
La reflexión académica en torno a estos profundos cambios sociales ha sido fructífera, aunque no tan difundida como se esperaría. Todavía hoy, al pensar y analizar los problemas sociales contemporáneos, nos atamos a estructuras teóricas anteriores que, si bien son referentes, ya no poseen el potencial explicativo suficiente para entender el mundo actual. De ahí la relevancia de explorar nuevos caminos teóricos, voces y aportaciones que nos permitan comenzar a delinear explicaciones renovadas.
En este sentido, uno de los temas más enriquecedores es el de la tecnopolítica y su relación con la democracia. De acuerdo con Toret, la tecnopolítica puede definirse como “el uso táctico y estratégico de las herramientas digitales para la organización, la comunicación y la acción colectiva”. Al analizar esta definición podemos concluir que la tecnopolítica no busca redefinir los fundamentos o fines de la política, pero sí sus medios al colocar a las “herramientas digitales” —sean estas plataformas virtuales, programas de software, redes sociales u otras— como las vías principales por las cuales se desarrolla tal actividad política.
Lo anterior no es un ejemplo hipotético. Como destaca Antoni Gutiérrez-Rubí, por lo menos desde 2010 los movimientos sociales más emblemáticos a nivel mundial han utilizado principalmente las herramientas digitales para comunicarse, organizarse y potenciar su radio de acción. Basta pensar en la Primavera Árabe, #OccupyWallStreet, #BlackLivesMatter o, más recientemente, el movimiento feminista #MeToo. Todos estos movimientos políticos de profundas repercusiones al interior y exterior de sus países de origen han sido posibles gracias a las redes sociales. Pero además de movilizaciones sociales, la tecnopolítica también ha sido empleada por los gobiernos, no siempre de manera democrática. En este sentido, destaca el uso intencional y selectivo de software empleado para robar identidades digitales y acceder a información de la esfera privada. Pero el uso de la tecnología no debe asociarse únicamente con prácticas antidemocráticas. Existen casos de éxito en materia de gobernanza basada en la implementación de políticas digitales que buscan facilitar los servicios públicos a la ciudadanía e implementar políticas públicas de manera más incluyente. Es el caso de Eslovaquia, en donde más de mil quinientos trámites públicos pueden realizarse en línea a través de una credencial digital.
¿Cómo afrontar esta realidad desde las instituciones políticas? Más allá de negar el avance de las tecnologías o intentar minimizarlas, las instituciones democráticas deben montarse en las nuevas realidades para aprovechar y potenciar, a su vez, su influencia y ámbito de acción. Lo anterior no se limita únicamente a utilizar las redes sociales para comunicar, sino a replantearse todos los procesos de organización, comunicación política, reformas legales e implementación de políticas y programas con el uso de las herramientas tecnológicas. Todo ello de manera transparente, buscando siempre expandir las posibilidades de participación ciudadana y acercando la labor y servicios de las instituciones públicas a la ciudadanía.
¿Qué nos deja la elección?
Pese a todo el ruido que hubo antes y durante el proceso electoral, la jornada del 6 de junio fue impecable por muchos aspectos. Salió fortalecida la democracia mexicana, y las advertencias de quienes auguraban un rechazo a los resultados electorales quedaron sin sustento. Deja un buen balance la elección más grande y compleja en la historia del país, quizás el dato revelador es el importante ejercicio cívico de millones de ciudadanas y ciudadanos. Pocas elecciones intermedias reportan una participación de casi el 52%, acontecimiento que pone de manifiesto la confianza de la población en el sistema democrático y revitaliza la legitimidad de las instituciones.
Debido a la decisión de la ciudadanía, muchos datos merecen comentario. Es inédita la elección de seis mujeres gobernadoras: de un total de 15 elecciones para el ejecutivo estatal, el 40% fue ganado por mujeres. Ese hecho alentador se repite en la integración de las legislaturas y las presidencias municipales. A nivel federal, las mujeres triunfaron en casi la mitad de los distritos y obtendrán 100 diputaciones de representación proporcional. Por primera vez en el Estado de México, 47 mujeres fueron electas presidentas municipales.
Gracias a la diversidad de acciones afirmativas relativas a grupos en situación de vulnerabilidad, 520 candidaturas se repartieron entre personas indígenas, afromexicanas, con discapacidad, migrantes o de la diversidad sexual. Un total de 64 fórmulas accederán a San Lázaro: 37 de personas indígenas, 5 afromexicanas, 8 con discapacidad, 4 de la diversidad sexual y 10 migrantes. De esas fórmulas, 38 están encabezadas por mujeres y 26 por hombres.
Insólito en el país, en el mes mayo comenzó el programa piloto para recibir el voto anticipado de personas en prisión preventiva. En cinco Centros Federales de Readaptación Social inició el primer ejercicio para ejercer el derecho al voto desde una prisión. Sonora, Guanajuato, Chiapas, Morelos y Michoacán son los estados que participan en la prueba. 2,185 personas fueron incluidas en el proyecto: 505 mujeres y 1,680 hombres. Se hace efectiva de esa manera la presunción de inocencia y se restituye el derecho al sufragio y la información.
Sobre el tema de la reelección, también se desprende una interesante lectura. De las 34 mujeres que integrarán la LXI Legislatura del Estado de México, 14 lo hacen de manera consecutiva. Mientras tanto, en el caso de los varones, repetirán 13 de un total de 41. Algo similar ocurre en los ayuntamientos, donde 12 mujeres fueron reelectas y solo 15 hombres de un universo de 77. La alternancia sigue siendo un factor importante a considerar por los votantes.
Sopla distinto el viento después de la jornada electoral. En mayor o menor medida, con victorias y derrotas, todos los partidos políticos tienen razones para avalar los resultados. La narrativa post electoral se ha vuelto mesurada y los señalamientos de fraude se tornan esporádicos. México es un país de graves problemas no resueltos, de muchos desacuerdos y con una intensa deliberación política. Pero, como debe suceder en una democracia, pervive en el fondo un significativo acuerdo nacional: las elecciones son la única fórmula válida para competir y transmitir los poderes públicos.
Se dice fácil, pero garantizar que el voto de cada persona sea respetado, amerita el trabajo sin descanso de diversas instituciones. Mientras esa posibilidad exista, nuestras diferencias podrán atenderse en un ambiente de paz y pluralidad. Justo eso aporta el reciente proceso electoral: en elecciones limpias y libres, la ciudadanía ya determinó qué espera en los años venideros. Desea alternancia en los gobiernos, división de poderes, partidos con auténtica presencia nacional y una sociedad alerta e interesada en los problemas cotidianos.
Integridad y narrativa electoral
Parece un lugar común analizar un proceso electoral a partir de sus resultados. La confianza aumenta cuando los protagonistas se sienten satisfechos, también mejora la percepción ciudadana si se advierte que la organización de las elecciones cumple con todos sus cometidos. La integridad electoral, concepto de enfoque reciente, se ha convertido en una herramienta útil para evaluar la calidad de las democracias.
Basada en dos dimensiones, mediante la integridad se examinan todas las fases del ciclo electoral, desde el diseño legislativo, hasta la votación durante la jornada electoral, el conteo de votos, la divulgación de los resultados, incluso su impugnación. También se contempla el comportamiento de los actores, quienes deben conducirse de conformidad con las normas, los valores y principios que dan sustento a las elecciones democráticas. Como referencia de calidad global o sinónimo de una buena elección, la integridad alude a las elecciones cuya preparación y gestión son profesionales, imparciales y transparentes, aquellas en donde se respeta la voluntad popular.
Existe todavía preocupación sobre la calidad de las elecciones, en México y en todo el mundo. Basta una mirada a Nicaragua para entender la dimensión del problema. No desaparecen del todo los cuestionamientos, y aun se da espacio a la autoproclamación. Frente a innumerables intereses políticos y personales, considerar genuina y libre una elección exige algo más que realizarla de modo relativamente ordenado. Toda elección con integridad supone una labor técnica sujeta a un intenso escrutinio y crítica, pero también se acompaña de la aceptación de la derrota.
El proceso electoral se encuentra en su etapa final y definitiva. Las elecciones más grandes y complejas del país arrojan ya los resultados, federales y locales. Todos ganaron o perdieron algo, la ciudadanía optó por castigar, premiar o buscar otras opciones. Nadie es invencible en las urnas, y los electores mandaron un contundente mensaje en donde la alternancia ocupa un sitio privilegiado. Crece la pluralidad y se replantean los equilibrios, hay un alentador incremento de la participación política y el discurso del fraude y la posverdad no fueron tan estridentes.
Parece razonable el reparto de triunfos y derrotas, ninguno pierde o gana todo. Esa combinación de resultados favorece el aliento en las instituciones y da buenos motivos para disminuir la conflictividad. Se atendieron con solvencia los desafíos organizativos del proceso, la transparencia promovió su entendimiento, las acciones, resoluciones y acuerdos de las autoridades fueron mucho más comprensibles para la ciudadanía. Más allá de los datos fríos que lanzan los comicios, la integridad devela que la combinación de circunstancias incrementa la sensación de credibilidad y legitimidad en las instituciones. Tanto el INE, como los Organismos Locales Electorales, hicieron una gran labor.
Resultaron infundadas las conjeturas precipitadas y las acusaciones de parcialidad en contra del árbitro electoral. Por muchas razones, el 6 de junio significó un referente para el fortalecimiento de nuestra democracia. La ciudadanía reconoció el valor de su voto y refrendó su seguridad de que cuenta y se cuenta bien. Las diversas instancias de observación electoral han externado su acompañamiento al desempeño del INE y los institutos electorales de las entidades federativas. El balance general del proceso fue muy positivo. El representante de la Unión Interamericana de Organismos Electorales (UNIORE) afirmó que las instituciones electorales en México refrendaron su trayectoria de solvencia en la organización de los comicios.
Funciona el Sistema Nacional Electoral. A 7 años de la reforma constitucional de 2014 se ha mejorado sensiblemente la coordinación y cooperación entre la autoridad electoral nacional y las de carácter local. Por supuesto se perciben áreas de oportunidad, pero que no quede duda, en México la integridad electoral ya es una realidad.
¿Qué decide el voto?
Quizás la herramienta más democrática de todas sea el sufragio, el voto es una forma de expresión que sirve para tomar una decisión colectiva. Votar siempre implica elegir entre distintas alternativas. Es un acto que presupone libertad, sin ella es imposible ejercer el genuino derecho a escoger. No hay formulación más simple y universalmente aceptada de la noción de igualdad que el voto. Todo sufragio cuenta y vale lo mismo, sin importar quien lo haya manifestado y cuáles son sus condiciones de vida o el lugar que ocupa en el ámbito social.
Votar tiene un enorme significado, cambia a las sociedades, las vuelve más democráticas, plurales, abiertas. Da la posibilidad a la alternancia, pone a prueba el ejercicio del poder político, permite a la ciudadanía discernir, discutir y decidir en torno a distintas ofertas y oportunidades de gobierno. Mecanismo indispensable y sumamente representativo, a través del voto la ciudadanía expresa sus intereses, necesidades y demandas. El voto es un medio de expresión política de la voluntad individual.
Este 6 de junio, como en otras elecciones, el voto decidirá muchas cuestiones, va más allá de elegir ayuntamientos y la integración de la legislatura local. El sufragio repercute en temas diversos. Es a través del voto como se dispone qué partidos políticos conservan su registro y quienes lo pierden. Determina también el monto de sus prerrogativas, el acceso a la radio, la televisión y el financiamiento público. Puede ser el rechazo de cualquier opción partidista y decidirse por una independiente. Premia o castiga a la reelección, exige la rendición de cuentas.
Empodera a la ciudadanía y le permite participar en el ámbito de lo público, el sufragio es efectivo, una vez depositado en la urna contribuye a generar representación política, da sentido a la división del poder y califica lo que sucede en el circo de lo político. Votar ayuda al correcto funcionamiento de un sistema democrático. Es capaz de mandar un mensaje vigoroso que desaliente malas prácticas de la clase política. Exige resultados y pone costo a las promesas incumplidas.
Quizás agrega la perspectiva de considerar a la ciudadanía como algo mucho mayor que un conjunto de derechos y obligaciones. Votar consigue la cohesión de innumerables identidades individuales y colectivas, que difícilmente puede conseguirse de otra manera. Es el primer paso de una ciudadanía que se interesa, participa y se informa de los asuntos públicos. Sin el voto, el proceso político y la democracia carece de sentido y legitimidad.
Existen distintos tipos de participación política, cada uno de ellos difiere en el tiempo y el esfuerzo para su ejecución. El voto es la medida más común de hacerlo posible en las democracias liberales. Es una actividad relativamente sencilla, que requiere poco esfuerzo, pero que contribuye de manera notable para que una sociedad sea más dinámica y comprometida. Expande la agenda de los gobiernos y exige que se cubran los espacios vacíos que han dejado el Estado y las instituciones tradicionales.
Sin duda, las ciudadanas y los ciudadanos pueden intervenir en los asuntos de interés colectivo de distintas maneras. Los mecanismos de participación para ejercer control social de sus representantes y gobernantes son amplios, pero el voto es menos complicado y, posiblemente el más efectivo. La esencia de la democracia es una ciudadanía activa, en donde las personas intentan resolver de manera conjunta y solidaria sus necesidades. Sufragar auxilia razonablemente a que eso suceda.
Este 6 de junio es importante que la ciudadanía vaya a votar, simplemente porqué es un derecho y una obligación.
Encuestas electorales
Debido a su gran popularidad, las encuestas se utilizan con amplia frecuencia durante los procesos electorales. Suelen despertar interés por el valor predictivo que se les atribuye. Son una técnica de investigación social que mide la intención de voto y las preferencias en la etapa previa a la jornada electoral y durante ella. Generan muchas expectativas en los medios de comunicación, en las redes sociales, en los partidos políticos y la ciudadanía. Pero cuidado, las encuestas no determinan el voto.
Medir el clima de opinión enfrenta una realidad compleja de entender. Es un fenómeno multifactorial que debe abordarse desde diferentes perspectivas. Motivo de crítica y señalamiento, por su imprecisión en algunos casos, las encuestas ofrecen una información fundamental para vitalizar la democracia y hacer valer el derecho de la ciudadanía a informarse. Contribuyen a la construcción del voto razonado y una opinión pública más enterada.
Parte de la narrativa de los procesos electorales, la precisión de las encuestas no es una problemática vernácula o estrictamente doméstica, es un fenómeno que se vive en todo el mundo. Quienes contestan los sondeos han cambiado, hoy lo hacen informantes conscientes de que las encuestas son un tema de discusión pública y que sus respuestas son trascendentes, eso provoca que al responder saben que participan en un juego de datos, en un proceso de consulta que posteriormente se publicará en los medios y así lo utilizan. No es extraño que oculten su voto y jueguen con el encuestador, circunstancia que vuelve complejo calibrar la tendencia del sufragio. No debe olvidarse que, incluso a nivel mundial, cerca del 20% del electorado toma su decisión justo en la casilla electoral.
Nada fácil estimar la intención de personas que aún no saben por quién van a votar. El ecosistema de la opinión pública y su medición también está impactado por la emergencia de un enorme cúmulo de noticias falsas o fake news. Los informantes empoderados y desinformados constituyen un elemento que complica, todavía más, la ecuación que deben resolver las encuestas electorales. Todas las elecciones son difíciles de medir, es mayor la competencia y las contiendas controvertidas o polarizadas modifican de forma muy dinámica las preferencias y, por tanto, los resultados.
Nunca han sido las encuestas una bola de cristal, y no vaticinan el futuro. Los sondeos toman una fotografía de un momento específico de la opinión pública. El escenario podría cambiar de un instante a otro como consecuencia de algún evento específico, un escándalo o algo contundente que impacte las percepciones ciudadanas. Los ejercicios demoscópicos ayudan a comprender una elección, a entender el balance de fuerzas y las tendencias que marcan al electorado, pero no adivinan el porvenir.
Hacer encuestas es un trabajo altamente sofisticado, el gran desafío es interpretar. El cuestionario es un instrumento frágil, solo el fraseo y la posición de una pregunta puede cambiar los porcentajes de las respuestas. Otro factor son los usos a modo de los sondeos. La lógica demostrativa y científica de una encuesta se erosiona frente a los fines de una campaña. Los principios metodológicos se debilitan ante las necesidades de darse a conocer, de diferenciarse, convencer y ganar. Representa un gran peligro que las encuestas se conviertan en propaganda y respondan al interés de la mercadotecnia política. Las candidaturas y partidos suelen aplaudir las encuestas favorables y desacreditar las que no lo son.
Demasiado cuidado deberá tenerse con las encuestas disfrazadas de propaganda. En todo el mundo las llamadas push polls deben tomarse con cautela, para evitar confundir al electorado y sesgar la opinión del votante. La gran mayoría son estrategias propagandísticas que se utilizan para modificar la tendencia del voto.
La ciudadanía tiene la oportunidad y el deber de informarse antes de acudir a las urnas y razonar con detenimiento su sufragio. Las encuestas electorales son valiosos ejercicios estadísticos, pero este 6 de junio la piedra angular de nuestra democracia es la participación ciudadana.
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