INFODEMIA Y DEMOCRACIA
Parece ser un tema que ha invadido todos los espacios, en los últimos meses, el término “infodemia” aparece con mayor frecuencia en las redes sociales o en disertaciones de especialistas. El neologismo, mezcla de las palabras “información” y “epidemia”, no es del todo reciente. De acuerdo con algunas fuentes, fue empleado por primera vez en 2003 por el analista político David Rothkopf para su columna en The Washington Post. Desde entonces, la palabra se popularizó por su capacidad para describir un fenómeno cada vez más patente: la rápida e indiscriminada difusión masiva de información sobre un tópico en particular.
Una de las principales características de la infodemia, es que la enorme cantidad de noticias difundidas sobre un asunto hace sumamente difícil distinguir cuáles son verídicas y cuáles falsas. Por esa razón, este concepto comúnmente se asocia con un problema de desinformación masiva. Desde luego, la existencia de información falsa o imprecisa no es novedosa. Lo que sí es inédito es su alcance global y su potencial para incidir en la formación de la opinión pública, incluso, en la toma de decisiones.
Para que la infodemia pueda existir se requieren al menos dos elementos. Por una parte, un tema que posea el suficiente atractivo para convertirse en una cuestión de interés público y, por otra, medios o plataformas que permitan replicar información sobre ese tema de manera masificada. En un principio, la radio o la televisión podían jugar ese papel, pero a partir del ágora digital, en la actualidad las mejores plataformas para replicar información a niveles inusitados son las redes sociales, pues ahora literalmente millones de personas pueden replicar, difundir, falsear o distorsionar datos sobre un tópico de interés público.
El más claro ejemplo de lo anterior es la información relacionada con el Covid-19. Existe tal cantidad de artículos, entrevistas, reportajes, hallazgos y anécdotas que ya es complicado saber cuáles de estos son veraces, basados en evidencia o métodos científicos y cuáles son imprecisos o abiertamente falsos. No podemos olvidar que, en varias partes del mundo, diversas personas resultaron intoxicadas por ingerir productos químicos, alentados por mensajes irresponsables de líderes políticos o celebridades.
Queda claro que la infodemia posee un impacto sobre la democracia. Al ser un régimen basado en la deliberación colectiva y plural de los asuntos públicos, la calidad, cantidad y accesibilidad a la información juega un rol determinante en cualquier diálogo democrático. Nunca será igual asumir una postura a favor o en contra de una idea o alternativa de acción con información fidedigna a la mano que en ausencia de ella. Por ello, una sociedad con valores democráticos debe preocuparse y ocuparse de la calidad de la información que nutre a la opinión pública. El peor escenario, mismo que se ha dado en varias ocasiones, es caer en falsos debates, con datos erróneos, que en poco o nada contribuyen a encontrar soluciones colectivas sobre la salud, la economía, la educación o el ejercicio del poder público, por citar algunos ejemplos.
Peligra la democracia sin información veraz y no hay totalitarismo sin desinformación, lo anterior implica que autoridades, instituciones y líderes de opinión lleven a cabo una comprometida labor pedagógica sobre el uso de la información que circula en redes sociales. No basta solicitar a los usuarios que se abstengan de replicar fake news, también hace falta instruirlos para que aprendan a identificar la información inconsistente, y contrastar el tratamiento de los datos y la confiabilidad de las fuentes.
De no asumir como propio el compromiso por mejorar el consumo de la información, corremos el riesgo de construir una Torre de Babel, donde cada persona hable su propio idioma, ajeno a la realidad. Una sociedad democrática debe fomentar la construcción de una ciudadanía digital libre, crítica y analítica, que rechace fincar debates sobre información errónea. Si alguien entendió que las redes y sus aledaños iban a ser meros repositorios de información para albergar contenidos reales, peco de ingenuo.
Proceso Electoral 2021: el reto sanitario
Inició formalmente el Proceso Electoral 2021 en el Estado de México, en el cual se elegirán diputadas y diputados al Congreso Local, así como autoridades de los 125 ayuntamientos de nuestra entidad federativa. Durante la Sesión Solemne del Consejo General del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), celebrada el pasado 5 de enero, todos sus integrantes reconocimos que nos encontramos frente al proceso electoral más complejo de los últimos años. A los retos naturales que se derivan de organizar comicios en la entidad más poblada del país, se suma una situación sanitaria adversa y desafiante que, por desgracia, para nadie ha sido ajena.
Desde su inicio el Covid-19 ha presentado retos apremiantes para las sociedades y sistemas democráticos. En pocos meses ha trastocado aspectos fundamentales de la vida social, al restringir la participación de las personas en reuniones y encuentros públicos, y dificultar así el cumplimiento individual y colectivo de sus deberes cívicos, y de alguna manera trastornar el goce de sus derechos políticos. No resulta sorprendente que los procesos electorales hayan sido una víctima inmediata e inevitable de la pandemia.
Esta emergencia sanitaria ocasionó una disrupción mayúscula en nuestra vida cotidiana. Celebrar elecciones seguras, limpias y transparentes, en un contexto como el actual, nos obliga a fortalecer las capacidades técnicas, humanas y financieras de las instituciones democráticas. Bajo ese entorno, las autoridades electorales no son la excepción. Tanto a nivel federal, como a nivel estatal, debemos diagnosticar rápidamente las aptitudes técnicas que sean pertinentes para garantizar el derecho al voto y la participación política, al tiempo de proteger la salud de la ciudadanía con los más altos estándares.
No tardó la crisis sanitaria en poner a prueba a los procesos electorales. Además de imponer exigencias nuevas y demandantes, la gestión electoral se involucra seriamente con el incremento y el número de contagios. Por esa razón, en los meses venideros, cada etapa del proceso electoral deberá incluir medidas preventivas de gran alcance. La misión del IEEM, no solo será brindar servicios electorales bajo estrictas medidas sanitarias, sino garantizar que la pandemia no vulnere de ninguna manera nuestro régimen democrático.
Tanto las características de los materiales electorales, como los insumos y elementos apropiados para los funcionarios y miembros de las mesas directivas de casilla, la recepción del voto, el traslado de los paquetes electorales y las sesiones de cómputo, son asuntos que deberán modificarse bajo nuevos protocolos de actuación.
Aplicar las restricciones necesarias que hagan frente a la pandemia, constituye un reto de gran significado para la democracia. Las decisiones que se adopten no pueden tomarse a la ligera. El IEEM cuenta con la capacidad institucional para estar a la altura de las circunstancias. Puede la ciudadanía mexiquense tener la certeza de que el Instituto velará por el respeto irrestricto a la voluntad de millones de ciudadanas y ciudadanos que decidan participar, mediante el voto, en la deliberación democrática de los asuntos públicos.
Evaluar los desafíos que la emergencia sanitaria impone a la gestión e integridad de los comicios, compromete a buscar el equilibrio entre el ejercicio de los derechos políticos de la ciudadanía y la protección de su salud. En el Estado de México, la democracia y sus valores permanecerán como nuestro compás y brújula en tiempos convulsos.
La juventud mexiquense y sus medios de información
Recientemente, el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), en colaboración con El Colegio de México, publicó el Estudio sobre la cultura política de los jóvenes en el Estado de México, 2018. Esta publicación ofrece ser un instrumento fundamental para todos los interesados en diseñar mejores políticas públicas y mecanismos de participación ciudadana dirigidos a la juventud en nuestra entidad, la más poblada del país.
En términos generales, el estudio es una “radiografía” de la situación de las y los jóvenes en el Estado de México en el contexto del proceso electoral de 2018. Aunque el espacio temporal se sitúa en las elecciones de aquel año, los datos que aporta el estudio trascienden la coyuntura electoral. Además de caracterizar con precisión la población sujeta de estudio (personas entre 18 y 29 años), los autores aportan elementos cuantitativos y cualitativos que nos acercan a conocer la realidad que viven millones de jóvenes.
Entre los datos que el referido estudio aporta se encuentran las características de los jóvenes (distribución etaria, estado civil, ocupación, educación, entre otros); su acceso a medios de información (acceso a internet, a televisión, uso de redes sociales); su conocimiento sobre la política (puestos a elegir en votaciones, debates, valoración de los candidatos); su conocimiento sobre la política en el Estado de México (conocimiento de sus autoridades locales y los partidos políticos); su participación política (su rol como votante, importancia del voto, actitudes frente al sufragio, etc.); o la opinión sobre las instituciones electorales, entre otros.
Dentro del vasto contenido del estudio, cobra relevancia el apartado referente al acceso a medios de comunicación. Los hallazgos son sumamente interesantes. En principio, el estudio parte del hecho de que nos encontramos en un contexto informativo complejo: la multiplicidad de medios, canales, información y fake news ha enriquecido el diálogo en torno a cualquier problema público, pero al mismo tiempo ha exigido cada vez mayor criterio y capacidad de análisis por parte del auditorio.
En este contexto, el principal medio por el cual, las y los jóvenes tienen acceso a internet es el celular (95.9%). Este porcentaje es significativamente más alto que aquellos que tienen acceso a computadora de escritorio (35.2%), laptop (30.7%), tableta (20%) o Smart TV (14.2). De entrada, estos datos evidencian que la brecha digital es mayor en la disponibilidad de computadoras, tabletas e incluso televisiones de nueva generación.
Por otra parte, solo el 46.8% de los jóvenes declara que ve la televisión abierta, mientras que el 20.4% ve televisión de paga. Claramente las audiencias televisivas se encuentran en declive frente al uso de redes sociales pues, al mismo tiempo, 92.3% de los jóvenes es usuario de Facebook; 34.7% tiene Twitter; 44.4% usa Instagram y 55.9% ve YouTube. Estos datos revelan que, cada vez con mayor frecuencia, las audiencias se desplazan hacia las redes sociales.
Sin embargo, a pesar de esta notoria incursión de la juventud en redes sociales, el principal canal de la actividad política sigue siendo la televisión. El 57% de los jóvenes se entera de lo que sucede en el ámbito político por medio de los spots, 18.1% por medio de noticieros y programas sobre política en televisión. En contraste, solamente 3.8% se entera por internet, 3.5% por redes sociales, únicamente 2.3% por la radio y 1.4% por periódicos nacionales.
Estos hallazgos sobre el acceso de los jóvenes a la información son sumamente útiles a la hora de diseñar políticas públicas, mecanismos institucionales o programas. Merece destacarse que el esfuerzo por recabar, sistematizar y exponer esta información es loable. En ese sentido, el estudio del IEEM puede convertirse en una herramienta indispensable para la toma de decisiones orientadas hacia la juventud y, al mismo tiempo, en un referente para la realización de otras investigaciones.
Kamala Harris, nueva Vicepresidenta
Quizás las votaciones en Estados Unidos fueron más reñidas de lo que se esperaba. Los espectadores de todo el mundo no conocimos el desenlace, sino hasta el último momento. Millones de personas emitieron su voto vía postal o de manera anticipada, debido a las circunstancias sanitarias, razón por la cual los resultados tardaron más de lo habitual.
Pese a la incertidumbre democrática, potenciada por el complejo sistema de Colegio Electoral, el triunfo del Partido Demócrata inyecta oxígeno a una sociedad polarizada. Joseph Biden se convertirá en el 46º Presidente de los Estados Unidos y Kamala Harris en la primera Vicepresidenta en la historia de ese país.
El hecho de que una mujer asuma el cargo de Vicepresidenta en un país como Estados Unidos debe verse, sin lugar a dudas, como un importante ejemplo en materia de equidad de género. Su presencia en la Casa Blanca materializará la lucha de miles de mujeres en todo el mundo por estar en los lugares donde se toman las decisiones.
Joe Biden lo sabe. Desde el inicio, manifestó que buscó en Harris a una socia política. Alguien empática y que se convirtiera en uno de sus asesores más cercanos. No se equivocó. Además de ser una gran compañera de fórmula, Kamala Harris refrescó su campaña, rejuveneció el mensaje y aportó convencimiento a los sectores indecisos. A la senadora del Partido Demócrata le llegó su oportunidad en un momento crucial, cuando su país atraviesa por una crisis política, económica, social y sanitaria.
Suponer que la Vicepresidencia solo es una posición simbólica no es preciso. Además de sustituir al Presidente en caso de ausencia, el Vicepresidente preside el Senado de Estados Unidos y ejerce un voto de calidad para decidir los empates. Al estar integrado por 100 miembros, y ante la posibilidad de una integración similar, no es menor que la Vicepresidenta tenga voto de calidad. Conocedora del Senado y con un perfil pragmático, Harris exhibe grandes dotes de negociación y cabildeo. Se convertirá en una eficiente operadora del Presidente Biden en el Congreso.
Harris inicia fuerte su propia historia. Tiene un perfil que no solo le viene bien a Biden, sino a su país. Mientras el vecino del norte atraviesa una época sombría, con muestras de racismo sistemático, colapso económico y una pandemia en ascenso, una vicepresidenta con las virtudes de Harris suscita buenos augurios. No es el color de su piel, ni su ascendencia asiática lo que garantizan un acertado desempeño. Es su talento, su preparación y carácter.
Kamala Harris es vivo ejemplo de lo que Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Suprema Corte de Estados Unidos, auguraba: “A medida que las mujeres alcanzan el poder, caen las barreras. A medida que la sociedad ve que las mujeres pueden hacer más, habrá más mujeres afuera haciendo cosas y todos estaremos mejor por eso”. La presencia femenina en la toma de decisiones no debe verse, nunca más, como algo extraordinario.
Biden le debe su triunfo electoral al voto de los latinos, de la gente de color, pero sobre todo a las mujeres. Debe mostrarse empático con ellos y Kamala Harris es la mejor manera de hacerlo.
DEMOCRACIA DIGITAL: ¿NUEVO PARADIGMA?
Vivimos una época de transición. El orden mundial, las reglas políticas, económicas, y sociales construidas a lo largo del siglo XX han sucumbido ante el impulso del cambio encabezado por las nuevas generaciones. Pocas son las instituciones que se mantienen inalteradas en los tiempos que vivimos.
En este proceso, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) han jugado un papel preponderante. Si bien su existencia y popularidad no son nuevas, su rol como herramientas para acortar distancias, facilitar transacciones y automatizar procesos se ha manifestado con profunda claridad en la situación que atravesamos actualmente.
Los gobiernos y las instituciones democráticas no son ajenos a esta influencia. La relación que guardan las TIC respecto a los procesos de la esfera pública ha sido fuente de múltiples reflexiones y debates. Una de estos, bastante nutrido, pero aun inexplorado en ciertos ámbitos, tiene que ver con la e-democracia (del inglés, e-democracy) o “democracia digital”. De acuerdo con diversos especialistas, el concepto, el alcance o la existencia misma de una e-democracia todavía no están completamente definidos.
La democracia digital tiene diversas acepciones. Una de las más sencillas señala que la e-democracia es aquel espacio digital donde los ciudadanos de una comunidad política han desarrollado la posibilidad de relacionarse entre sí y deliberar asuntos públicos utilizando el potencial que ofrecen las TIC. Otra manera de entenderla sería como una forma relacional de democracia, articulada con base en la información y la comunicación, empleando medios electrónicos y que, en consecuencia, conforma redes descentralizadas de poder para la toma de decisiones. En lenguaje más sencillo, la e-democracia existe cuando se establecen espacios digitales (redes sociales, plataformas, portales web, etc.) que sirven como canales efectivos para relacionar a gobernantes y ciudadanos en torno a decisiones públicas, mismas que pueden incluir la participación política, las campañas electorales, la aprobación o rechazo de decisiones de gobierno, entre otras.
Este concepto se relaciona, aunque no es exactamente similar, al de gobierno electrónico (e-government) o “ciudadanía digital”, los cuales se refieren, respectivamente, a la gestión pública por medios electrónicos o a la manera cívica de conducirse y adaptarse a las nuevas tecnologías. En su lugar, la e-democracia no se limita a la digitalización de trámites, al establecimiento de ventanillas electrónicas o al acceso de información en línea. Más bien, ésta busca ensanchar los márgenes democráticos, haciendo de los espacios virtuales auténticos canales para la participación ciudadana, donde el flujo de información sea interactivo y el papel de los ciudadanos sea considerado para la actividad del gobierno y la rendición de cuentas.
El nuevo paradigma de la democracia digital ofrece múltiples ventajas. Destaca, sobre todo, la posibilidad de integrar a millones de ciudadanos en los asuntos públicos, pero también la capacidad ciudadana de participar de manera más inmediata y directa. La existencia de portales de gobierno y de redes sociales empodera a los ciudadanos al permitirles opinar, acceder a información o vigilar el actuar de sus autoridades sin necesidad de intermediarios. Esto supone no solo un cambio cuantitativo en la democracia (más ciudadanos participantes), sino un cambio cualitativo (mayor capacidad de influencia en las decisiones).
No obstante, debemos ser conscientes que este paradigma implica diversos retos importantes. Uno de ellos es el de la brecha digital, mismo que está relacionado con el limitado acceso a la tecnología por parte de algunos sectores sociales o el desconocimiento en el uso de las TIC. Otro problema, no menos relevante, es la proliferación de las fake news o la existencia de conductas indebidas en redes sociales.
Estas oportunidades y retos deben invitarnos a reflexionar sobre las potencialidades de la democracia digital como un elemento esencial de la actividad política y la participación ciudadana en los años por venir. Autoridades y ciudadanos debemos saber adaptarnos a esta realidad para mejorar los procesos electorales y la participación ciudadana. No parece haber vuelta atrás. La democracia digital es, cada vez más, una realidad.
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