Violencia policial y su costo político
Durante las últimas semanas, las protestas por la violencia policial en los Estados Unidos hacen sobresalir inquietantes manifestaciones de rencor, encono y malestar social. El costo de la mala praxis policial tiene múltiples ingredientes, genera un efecto progresivo con consecuencias a corto y mediano plazo, tanto sociales como políticas y económicas. Puede romper comunidades e impulsar una creciente desconfianza hacia la autoridad.
Sigue siendo la raza un elemento importante de la brutalidad policial, el trato que la policía da a las minorías se ha resistido tenazmente al cambio. Como todo ser humano, los agentes de policía son falibles, enfrentan situaciones peligrosas que exigen decisiones rápidas. Obedecen protocolos, ahora ya modificados, y su margen de acción parece reducido, sin embargo, el exceso en el uso de la fuerza se ha vuelto cotidiano.
Cada nuevo incidente relacionado con el atropello de la policía a un afroamericano, a un hispano o a un miembro de otro grupo minoritario, refuerza la idea de que algunos residentes son víctimas de tratos especialmente duros y discriminatorios. Hasta que surgen los escándalos, la mayoría de los departamentos de policía siguen operando como siempre. Alegar que cada violación destacada de los derechos humanos es un hecho aislado cometido por un agente que actúa individualmente, es no entender que las vejaciones persisten, en extrema medida, por las deficiencias evidentes de los sistemas de responsabilidad.
Cuál es el costo de la brutalidad policiaca en un país donde despacha un presidente impulsado por una retorcida interpretación de la supremacía blanca. Más allá de la crisis de legitimidad que enfrenta la policía estadounidense, el trauma colectivo que experimenta toda, o casi toda, la sociedad, trasciende la esfera económica y se instala de manera plena en la contienda política. De muchas formas, la continua impunidad que ha institucionalizado el abuso es un desafío para la democracia en Estados Unidos. Coartar los derechos ciudadanos mediante el patrullaje de las calles, está convirtiendo en mentira la promesa constitucional de garantizar la igualdad de protección ante la ley.
Vesla Weaver, politóloga de la Universidad de Johns Hopkins, afirma que, para las comunidades, la policía es la manera en la que interpretan la democracia estadounidense. Estudiosa de la labor policial y la legitimidad democrática, explica con riguroso detalle los vínculos que, desde sus experiencias con la policía, la ciudadanía establece con la idea de democracia. Hasta hace poco, el debate dominante trataba a los asesinatos policiales como incidentes aislados de errores cometidos en lo individual. En lugar de aludir a las predecibles consecuencias de problemas sistémicos, abordaban con menosprecio el tema de unas cuantas “manzanas podridas”.
En una sociedad dividida, polarizada por el discurso gobernante, la incapacidad de contener esas “manzanas podridas” dentro de la policía y las fuerzas de seguridad, no es un problema de capacidad sino de decisión política. Kate Cronin-Furman, profesora en la University College de Londres, habla del mensaje que se da a las minorías marginadas en un sistema que tolera y protege la brutalidad policiaca, nunca estarán a salvo y su humanidad siempre será cuestionada.
Hace siete días Donald Trump firmó un decreto que prohíbe a la policía las llaves de estrangulamiento, subrayando su voluntad de restaurar “la ley y el orden” destaca la necesidad de reunir a la policía y la comunidad. Habrá elecciones presidenciales el próximo 3 de noviembre, veremos cuál es la percepción ciudadana de esto y del mensaje contestatario de su presidente.
Pandemia y campañas políticas
Mientras los desaciertos de la Casa Blanca se cifran en muertos y decisiones mal tomadas, Trump improvisa diagnósticos sobre el fin de la pandemia del Covid-19. Confiar en su instinto, modular el mensaje, retomar la lucha por el relato, alejar el debate sórdido sobre la falta de planificación nacional, vender futuro, parecen ser la apuesta de su campaña política por la reelección.
A seis meses de las elecciones, con el otoño de por medio, el virus aún puede tener mucho que decir. Insiste Trump en la idea de que la pandemia es una catástrofe sobrevenida que él no provocó y por la que no se le puede pedir cuentas. Práctica común en su retórica, Trump persiste en señalar errores de administraciones pasadas. Machaca acusaciones a Obama y Biden, y se obstina con la idea de que ellos gestionaron mal las crisis del ébola y la gripe H1N1.
Entretanto, el virtual candidato demócrata Joe Biden pretende mostrarse como alguien experimentado y empático. La crisis del coronavirus ha impulsado el sentido de urgencia en su promesa de ser un presidente estable. Buscará en su ADN, y en su historia personal llena de tragedias, la solidaridad y empatía que los estadounidenses reclaman. Biden no perderá la oportunidad de perseverar en la imagen de un Trump errático, ególatra y confuso. Intentará mostrarse con el perfil y liderazgo adecuados para sortear una crisis sanitaria de enormes consecuencias económicas.
Hasta hace unas semanas todo indicaba que la elección presidencial en Estados Unidos se decidiría desde dos factores, el estado de la economía y la impopularidad de Trump. Sobre esos temas habían girado los debates, quizás por ahí alguien salpicaba la reflexión sobre tópicos colaterales. De pronto todo ha cambiado, con treinta millones de empleos destruidos en mes y medio, Trump ya no puede basar su estrategia en la economía. Experto en crear crisis de la nada, para luego solucionarlas y vender la respuesta como un éxito, parece que la pandemia del Covid-19 lo ha rebasado.
De momento el coronavirus ha convertido las campañas en algo telemático, ha forzado a los candidatos a llevar una candidatura virtual. Caracterizadas por humanizar al máximo a los contendientes, por ahora las campañas impiden estrechar manos, dar abrazos y besar bebés. La esencia misma del marketing político está de nuevo en las redes sociales, en los call centers, llamando a casa de los posibles donantes y transmitiendo en línea eventos sin público.
Soslayar la crisis sanitaria tiene un costo político, eso es indudable. Aquel mandatario que resolvió solo en su cabeza el coronavirus, ignorando advertencias, haciendo declaraciones imprudentes, será terriblemente cuestionado, y más vale que así sea. Esta vez la derecha metió la pata hasta el fondo. Para conservar medianamente contento al núcleo duro de su electorado deben apresurarse a hacer concesiones, ello implica la posibilidad de recurrir, otra vez, al discurso bélico y polarizador.
Cada posición será cuestionada, cada política pública debatida. Si Estados Unidos sigue el camino de la lógica y de la ciencia, Trump tendrá poco que presumir y mucho que lamentar. Tras el ridículo de sus aseveraciones, puede convertirse en su peor enemigo. Cuando el electorado regrese a la normalidad, está por verse si Estados Unidos puede gobernarse a sí mismo. De hacerlo, debe pasarle la factura a su presidente.
¿Qué regalarle al IEEM?
Resulta complicado hacerle un obsequio a una institución que cumple años, desde elegir el regalo hasta envolverlo. Constituido en 1996, el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) ha realizado diversas elecciones de gran calidad. Como toda institución que implica relaciones estables y estructuradas entre personas, con el fin de cumplir una serie de objetivos explícitos o implícitos, en el IEEM existen hábitos, prácticas y costumbres. Pero si algo distingue al Instituto, es la cultura de pertenencia de todos sus miembros, qué al compartir ideas y valores, están motivados a formar parte de él.
Toda institución se compone de reglas, ya sea formales o informales. En el IEEM, las reglas no escritas tienen un significado particular, se refieren a los usos, la rutina y hasta los criterios morales. Justo ahí se construye el sentido de identidad, la satisfacción de sentirse parte de un grupo. De ese modo, al identificarse con el resto de los integrantes, se desarrolla una actitud activa dispuesta a manifestar su adhesión, apoyo e inclusión. Mucho tiene que ver, en el caso específico del IEEM, el liderazgo y compromiso del Secretario Ejecutivo.
Factor determinante para la tradición y el prestigio del IEEM son las buenas relaciones humanas que permiten aumentar el entendimiento y dan lugar a una comunicación eficaz, sin ignorar que es posible la existencia de diferencias individuales. En el ambiente de camaradería y respeto mutuo que prevalece en el IEEM, también las representaciones de los partidos políticos agregan contenido y valor.
Hacer regalos es una tradición, pero elegir el agasajo perfecto no siempre es fácil. Sin conocer las motivaciones del festejado, es prácticamente imposible acertar. Casi nadie disfruta perder el tiempo sin una idea clara de lo que va a regalar. Darle un poco de imaginación y pensar en el obsequio que encaja con el IEEM es una labor titánica, porque no ésta latente la idea de complacerlo con una sorpresa.
Muchas ocasiones nos decantamos por lo erróneo, porque parece importarnos más nuestra experiencia al entregar el presente que el valor real de este. No corresponde con el IEEM darle un regalo llamativo u ostentoso. Parece obvio, pero es de vital importancia darle algo útil. A menudo se pasa por alto una premisa, el regalo debe fortalecer la relación entre quien lo entrega y quien lo recibe. Las instituciones como las personas dan mayor importancia y valor al obsequio que sea práctico.
Teniendo en cuenta las recomendaciones, cuál es el regalo que acomoda con el IEEM. Aunque se crea que la originalidad es un factor clave a la hora de elegir, el Instituto prefiere recibir algo que desea tener. Aquello que provoque su reacción a largo plazo y no una respuesta inicial basada más en el entusiasmo. El mejor presente se encuentra en la actitud y compromiso de sus servidores electorales. En su lealtad y fidelidad absoluta. En la conciencia sobre el significado y trascendencia de su trabajo. En la creatividad e innovación que se traduce en la búsqueda permanente de nuevas formas para atender los desafíos de un proceso electoral. En el desarrollo y fortalecimiento del sentimiento de pertenencia, que ayuda a construir la percepción de vinculación y favorece actitudes participativas y de cooperación.
Celebra el IEEM 24 años, ha decidido vivirlos a través de redes horizontales y no verticales, permite el adelanto y progreso de sus servidores, y apuesta por el respeto, el compromiso y la diligencia. IEEM gracias por todo.
Visión post Brexit
Siempre fue una relación incomoda y compleja, en todo momento despertó dudas e inquietudes pertenecer a la Unión Europea. Jamás se alejó de la visión británica que ser parte del bloque continental conlleva enormes restricciones. Salirse de la “jaula” representa para un buen número de ingleses recobrar la libertad de negociar acuerdos comerciales con todo el mundo.
Profundamente polarizado, el 31 de enero el Reino Unido abandonó la Unión Europea luego de tres años de enfrentamientos internos y crisis políticas que han dejado a un país fracturado. Para muchos, la nación del Brexit nunca ha creído realmente en una integración europea plena. Desde sus primeros años como miembro de la entonces Comunidad Económica Europea, los ingleses han tenido un pie dentro y otro fuera. No exenta y plagada de inconvenientes, su adhesión fue vetada en dos ocasiones por el presidente francés Charles De Gaulle.
Londres cuestionó en repetidas ocasiones su pertenencia a la Unión Europea, lo hizo con Margaret Thatcher en 1988. Mediante el polémico discurso de Brujas transformó de manera definitiva el debate sobre Europa en el Reino Unido. Advirtió acerca de una supuesta intención de eliminar la soberanía nacional y concentrar el poder en las instituciones europeas. Ahí se decidió abandonar el mecanismo de tipos de cambio que daría vida al euro.
Años después, una ola migratoria exacerbó la retórica antieuropea. Sumada a la crisis financiera de 2008, que golpeó con dureza a la economía británica y al resto del continente, se puso sobre el tapete el tema. Tras 13 años de gobiernos laboristas, el partido conservador de David Cameron ganó las elecciones en 2010. A partir de su cálculo político, en enero de 2013 el ex Primer Ministro aseguró que “era hora de que los británicos dieran su opinión”. Con esa filosofía y buscando la reelección en 2015, Cameron basó su campaña electoral en la promesa de organizar un referéndum sobre la permanencia de su país en la organización. Todos sabemos el resultado, aquel cálculo político fue equivocado.
Hoy se expresan distintas visiones respecto al Brexit. Como jefe de gobierno, Boris Johnson sostiene la idea de recuperar el papel histórico y natural de su país como “emprendedor”, que mira al exterior y es verdaderamente global, generoso y comprometido con el mundo. Parte del pensamiento detrás del Brexit está convencido que la retirada del bloque convertirá al Reino Unido en un atractivo centro para los negocios. Otra mirada menos optimista, se refiere a un desafío engorroso que tomará tiempo, implicará gigantescos esfuerzos técnicos y políticos, cuyo desenlace es bastante incierto. Desde una perspectiva histórica, el sitial que tuvo el país en el pasado no regresará. Gran Bretaña no puede convertirse en una superpotencia comercial de nuevo.
Sin afirmar que está al borde del acantilado, el gran reto del Reino Unido es definir su rol en un momento crucial en el que el orden mundial experimenta profundos cambios. Robert Saunders explica que las condiciones del pasado no volverán. Había otro contexto muy distinto del actual. Cuando fue la primera nación en industrializarse y disfrutó de un largo periodo sin rivales, las circunstancias le permitieron ser un imperio. Pero en un mundo dominado por potencias y bloques comerciales, el Reino Unido es una economía de tamaño mediando. Agréguele lidiar con los sentimientos nacionalistas de las naciones que lo integran.
No significa aislamiento apartarse del bloque, pero prometer que serán de nuevo un líder mundial suena más a una nostalgia colonialista. Dijo alguna vez Winston Churchill que “si tenemos que elegir entre Europa y los mares abiertos, elegiremos los mares abiertos”. Más vigente que nunca, la frase pronunciada hace 70 años nos recuerda que el Reino Unido es una isla y lo seguirá siendo siempre.