Siempre fue una relación incomoda y compleja, en todo momento despertó dudas e inquietudes pertenecer a la Unión Europea. Jamás se alejó de la visión británica que ser parte del bloque continental conlleva enormes restricciones. Salirse de la “jaula” representa para un buen número de ingleses recobrar la libertad de negociar acuerdos comerciales con todo el mundo.
Profundamente polarizado, el 31 de enero el Reino Unido abandonó la Unión Europea luego de tres años de enfrentamientos internos y crisis políticas que han dejado a un país fracturado. Para muchos, la nación del Brexit nunca ha creído realmente en una integración europea plena. Desde sus primeros años como miembro de la entonces Comunidad Económica Europea, los ingleses han tenido un pie dentro y otro fuera. No exenta y plagada de inconvenientes, su adhesión fue vetada en dos ocasiones por el presidente francés Charles De Gaulle.
Londres cuestionó en repetidas ocasiones su pertenencia a la Unión Europea, lo hizo con Margaret Thatcher en 1988. Mediante el polémico discurso de Brujas transformó de manera definitiva el debate sobre Europa en el Reino Unido. Advirtió acerca de una supuesta intención de eliminar la soberanía nacional y concentrar el poder en las instituciones europeas. Ahí se decidió abandonar el mecanismo de tipos de cambio que daría vida al euro.
Años después, una ola migratoria exacerbó la retórica antieuropea. Sumada a la crisis financiera de 2008, que golpeó con dureza a la economía británica y al resto del continente, se puso sobre el tapete el tema. Tras 13 años de gobiernos laboristas, el partido conservador de David Cameron ganó las elecciones en 2010. A partir de su cálculo político, en enero de 2013 el ex Primer Ministro aseguró que “era hora de que los británicos dieran su opinión”. Con esa filosofía y buscando la reelección en 2015, Cameron basó su campaña electoral en la promesa de organizar un referéndum sobre la permanencia de su país en la organización. Todos sabemos el resultado, aquel cálculo político fue equivocado.
Hoy se expresan distintas visiones respecto al Brexit. Como jefe de gobierno, Boris Johnson sostiene la idea de recuperar el papel histórico y natural de su país como “emprendedor”, que mira al exterior y es verdaderamente global, generoso y comprometido con el mundo. Parte del pensamiento detrás del Brexit está convencido que la retirada del bloque convertirá al Reino Unido en un atractivo centro para los negocios. Otra mirada menos optimista, se refiere a un desafío engorroso que tomará tiempo, implicará gigantescos esfuerzos técnicos y políticos, cuyo desenlace es bastante incierto. Desde una perspectiva histórica, el sitial que tuvo el país en el pasado no regresará. Gran Bretaña no puede convertirse en una superpotencia comercial de nuevo.
Sin afirmar que está al borde del acantilado, el gran reto del Reino Unido es definir su rol en un momento crucial en el que el orden mundial experimenta profundos cambios. Robert Saunders explica que las condiciones del pasado no volverán. Había otro contexto muy distinto del actual. Cuando fue la primera nación en industrializarse y disfrutó de un largo periodo sin rivales, las circunstancias le permitieron ser un imperio. Pero en un mundo dominado por potencias y bloques comerciales, el Reino Unido es una economía de tamaño mediando. Agréguele lidiar con los sentimientos nacionalistas de las naciones que lo integran.
No significa aislamiento apartarse del bloque, pero prometer que serán de nuevo un líder mundial suena más a una nostalgia colonialista. Dijo alguna vez Winston Churchill que “si tenemos que elegir entre Europa y los mares abiertos, elegiremos los mares abiertos”. Más vigente que nunca, la frase pronunciada hace 70 años nos recuerda que el Reino Unido es una isla y lo seguirá siendo siempre.
Conéctate