Mientras los desaciertos de la Casa Blanca se cifran en muertos y decisiones mal tomadas, Trump improvisa diagnósticos sobre el fin de la pandemia del Covid-19. Confiar en su instinto, modular el mensaje, retomar la lucha por el relato, alejar el debate sórdido sobre la falta de planificación nacional, vender futuro, parecen ser la apuesta de su campaña política por la reelección.
A seis meses de las elecciones, con el otoño de por medio, el virus aún puede tener mucho que decir. Insiste Trump en la idea de que la pandemia es una catástrofe sobrevenida que él no provocó y por la que no se le puede pedir cuentas. Práctica común en su retórica, Trump persiste en señalar errores de administraciones pasadas. Machaca acusaciones a Obama y Biden, y se obstina con la idea de que ellos gestionaron mal las crisis del ébola y la gripe H1N1.
Entretanto, el virtual candidato demócrata Joe Biden pretende mostrarse como alguien experimentado y empático. La crisis del coronavirus ha impulsado el sentido de urgencia en su promesa de ser un presidente estable. Buscará en su ADN, y en su historia personal llena de tragedias, la solidaridad y empatía que los estadounidenses reclaman. Biden no perderá la oportunidad de perseverar en la imagen de un Trump errático, ególatra y confuso. Intentará mostrarse con el perfil y liderazgo adecuados para sortear una crisis sanitaria de enormes consecuencias económicas.
Hasta hace unas semanas todo indicaba que la elección presidencial en Estados Unidos se decidiría desde dos factores, el estado de la economía y la impopularidad de Trump. Sobre esos temas habían girado los debates, quizás por ahí alguien salpicaba la reflexión sobre tópicos colaterales. De pronto todo ha cambiado, con treinta millones de empleos destruidos en mes y medio, Trump ya no puede basar su estrategia en la economía. Experto en crear crisis de la nada, para luego solucionarlas y vender la respuesta como un éxito, parece que la pandemia del Covid-19 lo ha rebasado.
De momento el coronavirus ha convertido las campañas en algo telemático, ha forzado a los candidatos a llevar una candidatura virtual. Caracterizadas por humanizar al máximo a los contendientes, por ahora las campañas impiden estrechar manos, dar abrazos y besar bebés. La esencia misma del marketing político está de nuevo en las redes sociales, en los call centers, llamando a casa de los posibles donantes y transmitiendo en línea eventos sin público.
Soslayar la crisis sanitaria tiene un costo político, eso es indudable. Aquel mandatario que resolvió solo en su cabeza el coronavirus, ignorando advertencias, haciendo declaraciones imprudentes, será terriblemente cuestionado, y más vale que así sea. Esta vez la derecha metió la pata hasta el fondo. Para conservar medianamente contento al núcleo duro de su electorado deben apresurarse a hacer concesiones, ello implica la posibilidad de recurrir, otra vez, al discurso bélico y polarizador.
Cada posición será cuestionada, cada política pública debatida. Si Estados Unidos sigue el camino de la lógica y de la ciencia, Trump tendrá poco que presumir y mucho que lamentar. Tras el ridículo de sus aseveraciones, puede convertirse en su peor enemigo. Cuando el electorado regrese a la normalidad, está por verse si Estados Unidos puede gobernarse a sí mismo. De hacerlo, debe pasarle la factura a su presidente.
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