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Jueves, 04 Febrero 2021 21:20

INFODEMIA Y DEMOCRACIA

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Parece ser un tema que ha invadido todos los espacios, en los últimos meses, el término “infodemia” aparece con mayor frecuencia en las redes sociales o en disertaciones de especialistas. El neologismo, mezcla de las palabras “información” y “epidemia”, no es del todo reciente. De acuerdo con algunas fuentes, fue empleado por primera vez en 2003 por el analista político David Rothkopf para su columna en The Washington Post. Desde entonces, la palabra se popularizó por su capacidad para describir un fenómeno cada vez más patente: la rápida e indiscriminada difusión masiva de información sobre un tópico en particular.

 

Una de las principales características de la infodemia, es que la enorme cantidad de noticias difundidas sobre un asunto hace sumamente difícil distinguir cuáles son verídicas y cuáles falsas. Por esa razón, este concepto comúnmente se asocia con un problema de desinformación masiva. Desde luego, la existencia de información falsa o imprecisa no es novedosa. Lo que sí es inédito es su alcance global y su potencial para incidir en la formación de la opinión pública, incluso, en la toma de decisiones.

 

Para que la infodemia pueda existir se requieren al menos dos elementos. Por una parte, un tema que posea el suficiente atractivo para convertirse en una cuestión de interés público y, por otra, medios o plataformas que permitan replicar información sobre ese tema de manera masificada. En un principio, la radio o la televisión podían jugar ese papel, pero a partir del ágora digital, en la actualidad las mejores plataformas para replicar información a niveles inusitados son las redes sociales, pues ahora literalmente millones de personas pueden replicar, difundir, falsear o distorsionar datos sobre un tópico de interés público.

 

El más claro ejemplo de lo anterior es la información relacionada con el Covid-19. Existe tal cantidad de artículos, entrevistas, reportajes, hallazgos y anécdotas que ya es complicado saber cuáles de estos son veraces, basados en evidencia o métodos científicos y cuáles son imprecisos o abiertamente falsos. No podemos olvidar que, en varias partes del mundo, diversas personas resultaron intoxicadas por ingerir productos químicos, alentados por mensajes irresponsables de líderes políticos o celebridades.

 

Queda claro que la infodemia posee un impacto sobre la democracia. Al ser un régimen basado en la deliberación colectiva y plural de los asuntos públicos, la calidad, cantidad y accesibilidad a la información juega un rol determinante en cualquier diálogo democrático. Nunca será igual asumir una postura a favor o en contra de una idea o alternativa de acción con información fidedigna a la mano que en ausencia de ella. Por ello, una sociedad con valores democráticos debe preocuparse y ocuparse de la calidad de la información que nutre a la opinión pública. El peor escenario, mismo que se ha dado en varias ocasiones, es caer en falsos debates, con datos erróneos, que en poco o nada contribuyen a encontrar soluciones colectivas sobre la salud, la economía, la educación o el ejercicio del poder público, por citar algunos ejemplos.

 

Peligra la democracia sin información veraz y no hay totalitarismo sin desinformación, lo anterior implica que autoridades, instituciones y líderes de opinión lleven a cabo una comprometida labor pedagógica sobre el uso de la información que circula en redes sociales. No basta solicitar a los usuarios que se abstengan de replicar fake news, también hace falta instruirlos para que aprendan a identificar la información inconsistente, y contrastar el tratamiento de los datos y la confiabilidad de las fuentes.

 

De no asumir como propio el compromiso por mejorar el consumo de la información, corremos el riesgo de construir una Torre de Babel, donde cada persona hable su propio idioma, ajeno a la realidad. Una sociedad democrática debe fomentar la construcción de una ciudadanía digital libre, crítica y analítica, que rechace fincar debates sobre información errónea. Si alguien entendió que las redes y sus aledaños iban a ser meros repositorios de información para albergar contenidos reales, peco de ingenuo.

 

 

 

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