El más reciente “Informe sobre el Estado Global de la Democracia 2025”, publicado por IDEA Internacional, ofrece un diagnóstico alarmante: la democracia se debilita en casi todas las regiones del mundo. De los 173 países analizados, la mayoría muestra descensos en sus indicadores democráticos, particularmente en la libertad de prensa, la independencia judicial y la participación ciudadana. El informe clasifica el desempeño de las democracias en cuatro dimensiones —representación, Estado de derecho, derechos y participación—, y en todas ellas los retrocesos son evidentes.
La caída más pronunciada se observa en el Estado de derecho, donde el 41% de los países presenta un bajo desempeño y casi una quinta parte ha empeorado desde 2019. Detrás de estos datos se esconde una tendencia estructural: el debilitamiento de la independencia judicial, la impunidad creciente y el uso político de la justicia como instrumento de control. La erosión del Estado de derecho, como lo han advertido autores como Yascha Mounk, representa el punto de inflexión entre democracias resilientes y regímenes híbridos.
Otro de los hallazgos más alarmantes del informe es la crisis de la libertad de prensa, que ha sufrido su mayor caída en cinco décadas. Uno de cada cuatro países ha visto mermada la autonomía de sus medios y el derecho ciudadano a recibir información veraz. Lo notable es que este deterioro no se limita a regímenes autoritarios: también alcanza a democracias consolidadas en Europa y América. La desinformación, la concentración mediática y las presiones económicas sobre el periodismo han generado un entorno hostil para el debate público libre y plural. Ejemplo de esto sucedió recientemente con el conductor Jimmy Kimmel de la cadena ABC de Estados Unidos.
En paralelo, los indicadores de libertad de expresión, igualdad económica y acceso a la justicia también retroceden, afectando de forma directa la calidad de vida democrática. África y Europa —regiones con trayectorias institucionales muy distintas— concentran los mayores descensos, lo que demuestra que el deterioro no responde solo a la fragilidad institucional, sino a una crisis más profunda del modelo democrático global.
Varios analistas coinciden en que no asistimos a una muerte súbita de la democracia, sino a un proceso gradual de erosión, caracterizado por lo que Levitsky y Ziblatt denominan “autocratización desde dentro”: gobiernos que llegan por la vía electoral, pero socavan paulatinamente los contrapesos, los derechos y las libertades. En este contexto, las elecciones siguen existiendo, pero su credibilidad y transparencia se debilitan.
Revertir esta tendencia implica reconstruir los cimientos de la confianza democrática. La ciudadanía debe volver a ocupar el centro del sistema político, no como espectadora, sino como actor permanente en la defensa de los derechos y el control del poder. El deterioro de la democracia no es inevitable. La historia demuestra que los sistemas democráticos pueden regenerarse cuando las sociedades asumen la tarea de defenderlos activamente. La educación cívica, la transparencia y la rendición de cuentas son las mejores vacunas contra la apatía y el autoritarismo. Hoy, más que nunca, la defensa de la democracia exige no solo reformas institucionales, sino una renovación moral y cultural del compromiso ciudadano con la libertad y la justicia.
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