Quedaba atrás el gobierno unipartidista por uno donde el multipartidismo se reconocía, donde los pesos y contrapesos comenzaban a verse reflejados en las decisiones de gobierno. El país comenzó a cambiar. Recordemos que durante décadas los presidentes de la República, gobernadores, senadores y más del 75% de los diputados emergían del mismo partido, había gobernabilidad pero no democracia. Por ello es importante reconocer que la pluralidad de partidos ha sido un signo vital de nuestra incipiente democracia que debe continuar a pesar del malestar que ocasiona para los partidos que han arribado al poder.
Lo comparto porque al leer a José Woldenberg resulta interesante un planteamiento que hace sobre cómo los partidos políticos en el poder manifiestan incomodidad al pluralismo, y a la par, la intención de construir mayorías parlamentarias que les permita avanzar en sus iniciativas de ley.
Ejemplos de esa añoranza de control y hegemonía del pasado se observó en el gobierno de Felipe Calderón con la propuesta de elevar del 2 al 4% los votos necesarios para refrendar el registro de un partido o en el gobierno de Peña Nieto, quien propuso reintroducir que por mandato de la ley la mayoría relativa de sufragios se convirtiera en mayoría absoluta de escaños. En la actualidad hay una reforma que recién se presentó, la cual tendrá que ser analizada sin olvidar que la diversidad política también llegó para quedarse.