72 años de fuego sagrado, dignidad y resistencia. El camino lo abrieron ellas para todas nosotras.
Escrito por Partido del TrabajoHace 72 años, México presenció un momento que cambió para siempre la historia: una mujer depositó por primera vez su voto en la urna. Aquel acto sencillo, pero profundamente simbólico, no fue una concesión ni un favor del poder político; fue la conquista de un derecho ganado con la lucha, la razón y la dignidad de miles de mujeres sufragistas que sabían que ejercer la voluntad no es una dádiva, sino un acto de justicia.
Por siglos, las mujeres fuimos invisibilizadas, relegadas a los márgenes del debate público, víctimas de prejuicios que nos negaban la capacidad de participar en la vida política de la nación. Se nos consideró incapaces de decidir, cuando en realidad ya éramos quienes sosteníamos a las familias, las comunidades, las escuelas y los espacios de trabajo. Sin embargo, las mujeres persistimos. Desde Hermila Galindo hasta Elvia Carrillo Puerto, desde las maestras rurales hasta las sindicalistas, la voz de las mujeres se escuchó en un país profundamente patriarcal.
El 17 de octubre de 1953, el reconocimiento constitucional del voto femenino marcó el inicio de una nueva era. No fue el final de la lucha, sino el principio de otra más ardua: conquistar espacios reales de decisión en un sistema político construido sin nosotras. Las mujeres tuvieron que sortear burlas, exclusiones, obstáculos institucionales y un machismo arraigado que no cedía terreno fácilmente. Pero, paso a paso, a través de las urnas, las calles y las aulas, comenzamos a escribir una historia con nosotras.
Han pasado siete décadas, y millones de mujeres hemos recibido la estafeta de nuestras ancestras. Cada una, desde su trinchera, lleva en el alma ese fuego sagrado que encendieron aquellas pioneras. Hoy luchamos no solo por nosotras, sino por todas: por las mujeres indígenas que enfrentan doble discriminación; por las que maternan en soledad; por las que trabajan jornadas infinitas sin reconocimiento; por las jóvenes que buscan su primer empleo digno; por las que aspiran a un entorno de paz y armonía; por las que sueñan con romper los techos de cristal que aún existen.
Las mujeres hemos estado en todas las luchas —aunque la historia oficial a veces haya intentado borrarnos—. Estuvimos en los movimientos estudiantiles, en las huelgas sindicales, en las batallas campesinas y en los movimientos sociales que han transformado el país. Fuimos, y seguimos siendo, parte activa del corazón político y moral de México. Hoy, incluso, el mayor activismo social y político lo protagonizamos las mujeres, aquellas que desde la congruencia y la empatía, defendemos causas que trascienden colores y credos.
A 72 años de aquel primer voto, la paridad ya no es un sueño: está en la ley. Por mandato constitucional, al menos la mitad de los espacios de poder deben ser ocupados por mujeres. Sin embargo, la cifra no basta si no hay condiciones reales de igualdad, autonomía y seguridad. Por eso, esta fecha no solo invita a celebrar, sino a reflexionar: ¿qué tanto hemos avanzado en la construcción de redes que acompañen a las mujeres que aún viven violencia, exclusión o desigualdad?
El compromiso de esta generación es hacer camino al andar, mantener encendido el fuego de nuestras ancestras y tender la mano a las que vienen detrás. La historia del voto de las mujeres es también la historia de la resistencia, de la sororidad y del profundo amor por la justicia. Porque cuando una mujer avanza, ninguna vuelve a estar sola; y cuando una mujer vota, votamos todas.
Por Angélica Rivadeneyra Villarreal
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