Comunicación
Social

Las movilizaciones del 8 de marzo, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, son actos simbólicos que constituyen un ritual para las mujeres que eligen expresar colectivamente su ira, inconformidad e indignación con una realidad que les continúa oprimiendo, sin importar sus posiciones de ventaja respecto a las demás y trasladándose en discriminaciones simultáneas para la gran mayoría.

 

Las feministas no son las únicas en las filas de los contingentes. Principalmente, se manifiestan madres, padres, hijas, hijos, amigas, amigos y familiares que todavía se encuentran en el sinuoso camino por obtener justicia para las mujeres importantes en sus vidas, víctimas de feminicidio o desaparición.

 

Con todo, quienes marchan son víctimas acompañando a otras víctimas de la violencia machista, la cual se reproduce en el cotidiano a través de infravaloraciones, control, agresiones y discriminación estructural.

 

Las consignas que se gritan durante la movilización interpelan a cada sector de la sociedad como corresponsables y agentes con poder de cambio en todo el gran reto que representa hacer frente a la violencia contra las mujeres: autoridades, sociedad civil, hombres y otras mujeres. En ellas se efectúan llamados a la acción y a la conciencia sobre la dimensión real de la violencia de género, invitaciones a cuestionarnos las dinámicas de las relaciones de pareja entre mujeres y hombres, así como exigencias a respetar la autonomía de las decisiones de las mujeres.

 

Sin bien la voz es uno de los instrumentos más empleados, la comunicación escrita y visual es clave en el movimiento. Se acude a la marcha con carteles y lonas. Los primeros son hechos con gran creatividad y elocuencia con proclamas, frases y postulados sobre el feminismo, experiencias y razonamientos sobre las desigualdades sociales vividas por las mujeres. Los segundos tienen fotografías y nombres de las víctimas de las formas más extremas de violencia, con lo que se pide memoria y se reclama la reparación en sus causas.

 

En ocasiones, los carteles muestran ideas por ambos lados. Además de asegurar que los mensajes lleguen a una mayor cantidad de personas, podemos dar a esta práctica la lectura de que con ella se busca dirigirse a las participantes de la marcha, así como a la ciudadanía que observa su paso por el centro de las ciudades y comunidades.

 

Hay manifestantes que cargan consigo más de un cartel para compartirlo con quienes no tengan alguno e incluso suelen intercambiarse debido a que, aunque nos cueste admitirlo, las vivencias de la violencia motivada por el género son comunes a todas las mujeres.

 

Pintas y actos de iconoclasia y de desobediencia civil transcurren junto con la movilización. La lectura de manifiestos o entrega de pliegos petitorios son las actividades con las que concluyen las movilizaciones, a veces seguidas de perfomances. Se crea un ambiente de acompañamiento y sororidad.

 

Ante una crisis global de derechos humanos y de violencia de género, se esperaría que la consciencia colectiva respetara y compartiera la molestia por las inadmisibles fallas y numerosas decepciones que el sistema y la cultura dan a las mujeres a cada momento.

 

En contraste, la opinión pública de manera general criminaliza las manifestaciones, desacertadamente asume que las marchas pretenden eliminar la violencia y la discriminación contra las mujeres -lo que es una tarea diaria conjunta de las instituciones, la sociedad y las personas individualmente- y cuestiona sus formas, legitimaciones y resultados.

 

Son recurrentes los comentarios de que los hombres sufren violencia por igual y los abusos por los que pasan son igualmente válidos. Ello ocurre aun cuando en México hay entre 9 y 10 asesinatos de mujeres al día. (ONU Mujeres, 2024)

 

Por supuesto, esto no es casual. Las luchas de las mujeres han sido siempre incómodas -porque implican un cambio en el flujo del poder- e indeseadas para quienes se benefician de la desigualdad.

 

Podemos encontrar las posiciones más variadas, pero con independencia de lo que pensemos de estas, nos muestran una verdad: el feminismo es una lucha visible.

 

¿Por qué movilizarnos? Por rabia, por impotencia, por consecuencias, por no permisibilidad. El 8 de marzo no es el único día en el que las mujeres luchan por sus derechos, pero sí es uno en el que con su presencia en las calles exigen el cese de su discriminación. Y seguiremos marchando porque, al movilizarnos, estamos haciendo política.

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