Del 25 de noviembre y hasta el 10 de diciembre se desarrollan 16 días de activismo para poner en la centralidad de la discusión pública en todo el mundo, que debemos combatir y erradicar la Violencia de Género.
Las mujeres vivimos dos tipos de violencia: violencia directa y violencia estructural; antes de explicarlas me gustaría hacer una aproximación al significado general de violencia, la cual no es otra cosa que el daño físico, mental o emocional causado a una persona que atenta en contra de su integridad como ser humano, ésta puede ir desde una broma hiriente (violencia verbal), hasta la muerte de la víctima (violencia directa); pero también hay otras formas de violencia en las que tal vez no hemos reparado y que a diario lastiman a niñas, adolescentes, jóvenes mujeres, adultas, adultas mayores, esa violencia que no se ve pero se siente, es el no poder estudiar, no poder alimentarse, no tener trabajo remunerado, no tener un espacio donde vivir, no tener atención médica, no tener quién pueda cuidarte, no contar con medicamentos, ser marginada e invisibilizada en su espacio laboral, ser segregada, ser secuestrada, ser desaparecida, ser asesinada.
La violencia directa, es la que se ve, la que daña de manera inmediata a la persona, la que se practica inercial y consistentemente, es aquella acción que amedrenta, obstaculiza, intimida, es la agresión física, es el daño mental–emocional muchas veces sin retorno a la “normalidad”, es la que conlleva a la muerte. Este tipo de violencia es la que cada día vemos y escuchamos en las noticias, se reproduce en las redes sociales, o lamentablemente, comentamos en la mesa de nuestros hogares.
La violencia estructural es más difícil de distinguir pero su impacto es igual de destructivo, este tipo de violencia es la que se produce por las políticas del Estado y sus instituciones de procuración de bienestar y justicia social; pero también es la que se genera en las empresas, en las organizaciones sociales y gremiales; debido a que no se atienden las necesidades más elementales en el corto y mediano plazo, lo que a la larga va sumiendo en la pobreza y extrema pobreza a los segmentos de bajos ingresos, afectando particularmente a las mujeres que son quienes llevan la carga emocional y económica de sus familias.
La pobreza es la condición de insatisfacción de necesidades esenciales que los seres humanos necesitamos para subsistir, la falta de políticas públicas encaminadas a atender ese mínimo de necesidades no solo conlleva pobreza económica, genera pobreza cultural, social, política; y aquí encontramos la violencia cultural, la que margina, la que excluye por una preferencia sexual; por la pertenencia a un grupo originario; por alguna discapacidad; por ser pobre, por no tener un título y un grado universitario. Contra este tipo de violencias es que el movimiento feminista ha venido luchando
La lucha de las mujeres por sus reivindicaciones particulares como el derecho al trabajo y a una remuneración justa, por votar y ser votadas, por alcanzar una real paridad, ha propiciado cambios de poder en el mundo que nos obliga a leer, ver y dialogar en claves de pluralidad y diversidad entre mujeres y hombres. La materialización de esas exigencias reivindicativas, son, junto con la revolución tecnológica, los cambios globales más relevantes de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del presente siglo.
Sin embargo, los retos aún son muchos; en estos 16 días de intensa actividad para generar conciencia de que existe violencia de género, solo pequeños segmentos poblacionales conocen esta labor, las campañas de difusión, los esfuerzos de instituciones y de la sociedad organizada, no llegarán a todos los rincones. El Estado mexicano juega un papel primordial en las acciones presentes y de futuro inmediato para erradicar todo tipo de violencia; urgen políticas públicas reales y eficaces con perspectiva de género; de inicio y entre otras, trabajo con ingreso digno y seguro al igual que el de los hombres, mismas condiciones y oportunidades para acceder a un cargo público; pero lo más importante que la mujer deje de ser violentada directa, estructural y culturalmente por su condición de mujer mediante campañas preventivas y punitivas.
En la inmediatez de nuestro contexto, todo empieza desde casa y esta es la tarea: cambiar nosotras mismas, cambiemos la mentalidad de los integrantes de nuestra casa, de nuestra familia, de nuestros entornos, no permitamos la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia sexual, la violencia económica, la violencia física, no permitamos que nos invisibilicen. Tenemos derechos y seguiremos en lucha por ellos: derecho a la salud, al bienestar físico y mental, a una vida digna; mientras no logremos lo anterior, no habrá una felicidad de género.
Hoy en día las mujeres debemos buscar el derecho a ser felices como parte de nuestra agenda en los distintos ámbitos sociales en los que cotidianamente participamos; el derecho a la felicidad no es una aspiración romántica ni utópica, es el derecho que tenemos a gozar de una vida digna, más humana, en paz y sin violencia.
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