Inicia en unos días el proceso electoral más grande e importante en la historia del país, el próximo año se superan los 21 mil cargos de elección, entre ellos la estratégica composición de la Cámara de Diputados y 15 gubernaturas. Siempre el contexto marca la diferencia, y en una sociedad con múltiples crisis y problemas, las elecciones adquieren un significado estratégico. Diversos factores, condiciones y circunstancias definen el carácter y el entorno del siguiente proceso electoral.
Existe mucha evidencia empírica para demostrar que después de una crisis económica aumenta la polarización social. Llegamos al nuevo proceso electoral, como ha sucedido en otras naciones, con dos visiones distintas del país. Los matices desaparecen y la política representativa está cada vez más erosionada. El desprestigio de los partidos es notable, no hay credibilidad, la gente se siente menos representada y los actores políticos apuestan, por un lado, a la confrontación y, por otro, rompen el pacto tácito de la consideración y el respeto recíproco.
Invalidar la opinión, el sentir y las aspiraciones del “otro”, para privilegiar las propias, da buenas razones a la polarización. Descalificar las voces críticas que cuestionan y alejarse de quienes piensan diferente es una postura que revela extrema intolerancia. Estamos ante una sociedad mucho más convulsiva, hemos construido un ADN repleto de miedos, incertidumbre, malestar, impotencia y rencor. Nos hemos plantado ante un nivel serio de catastrofismo. En todas las esferas cunde un discurso intransigente. Está ausente una voz que concilie, reconforte y serene. No parece haber nadie en la sensatez.
A todos nos ganan las pasiones y no estamos pensando, la comunicación y la construcción política se basa ahora en buenos y malos. Llegamos al límite en que el cubre bocas divide, separa y encara. Se ha democratizado el insulto, el agravio y la censura. La indignación se desborda y amenaza con estar en las calles. Ya no importa el argumento del otro, sino quién es el otro. La velocidad con la que nos estamos confrontando es cada vez mayor. No hay tiempo para compadecernos. El hartazgo y la frustración son inéditos. Se ignora todo andamiaje de urbanidad y se ha perdido la sana distancia entre las obligaciones de quien gobierna y sus ambiciones políticas.
Con ese estado de ánimo vamos a llegar al proceso electoral, viviremos una contienda política que propicia condiciones para intensificar la descalificación. Si todos los estímulos son negativos va a ser muy difícil una reacción positiva. Superar la indiferencia y actuar con decencia suena lejano. Debemos tener mucho cuidado de convertir a las elecciones en un circo y a los contendientes en una farsa. Echar un vistazo a las redes sociales permite advertir que tendremos una sociedad muy violentada. Twitter no concilia, por el contrario, exalta. Más allá de ignorar la crítica o descalificarla, ahora se intimida y se ciernen amenazas a quienes opinan lo contrario. Las redes no están para bollos.
Aparece el linchamiento social mediático, las redes sociales actúan como un tribunal moral, donde no se analizan los argumentos, se moralizan o amplifican. Se emiten juicios precipitados, muchas veces absurdos e irracionales. Crecen de modo irreductible posiciones maniqueístas para quitarle valor a todo lo demás. En un entorno semejante, de violencia y temor extremo, el proceso electoral podría intensificar la polarización. Hacer un exhorto a la unidad, a la convivencia correcta y a la aceptación de las reglas electorales, gane quien gane, se ve lejano. Un pacto de civilidad para que prevalezca el orden y la intención de reconstruir la cohesión social no parece tener, por ahora, las condiciones necesarias.
Hoy más que nunca se requieren mensajes de resiliencia, la gente demanda que algo suceda a nivel político. Palabras que vendan certidumbre, pero también audacia. Viviremos una intensa contienda política, con apasionadas campañas digitales, corrosivas y denostativas. Serán elecciones decisivas para el futuro del país en un contexto complicado, quizás caótico. Pero no hagan mucho caso, igual el diagnóstico está equivocado.