Ejercer un periodismo responsable es equivalente a fomentar la democracia en la sociedad, ya que se trata, sin duda, de un pilar muy importante para la conformación de justicia e igualdad entre todos los ciudadanos. Una prensa libre genera debate, reflexión y logra equilibrar las diferentes voces y expresiones de la comunidad. Sin embargo, para nadie es un secreto que dedicarse a esta profesión es sinónimo de riesgo, máxime si está inmersa en sistemas corruptos.
Por ende, ante la celebración del Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo) es necesario reconocer la labor de los profesionales de la información, los que día a día intentan exponer la verdad, mediante autentificación de hechos y declaraciones, la cual debe presentarse sin cortapisas, sin esperar a quién va a incomodar, en aras de exponer la luz del acontecer público.
Ser periodista no es sinónimo de fama. Es una carrera de grandes postulados éticos, que impiden lanzar aseveraciones sin respaldo u opiniones descontextualizadas. Lamentablemente, este tipo de prácticas comunicativas se han replicado en el orbe, dando origen al fenómeno de las fake news, a veces por ignorancia, otras por dolo, encubriendo intereses favorables para pocos y desfavorables para muchos.
El periodista de cepa existe. Es sabido, gana poco, trabaja mucho. Pero el periodista de cepa no siente su trabajo como tal, ya que en diversas regiones, sobre todo donde los comunicadores son asesinados, buscan insistentemente la información necesaria para completar las piezas del rompecabezas de la verdad. Avanzan a pesar de amenazas y de posibles sobornos, en ocasiones a oscuras, casi como si fuera un acto de fe, mismo que se ve recompensado con cada trozo de la verdad hallada, rota por quienes ansían disponer de ésta a su antojo.
Mal comido, insomne a veces, con enfermedades crónicas a cuestas por bajos salarios, el periodista, el de verdad, cimbra a las estructuras, incluso cuando éste se ejerce de manera responsable. Esa es la función del periodismo, retar también a quien está obrando adecuadamente, analizando pasado, presente y futuro de personajes, empresas, regímenes y todo aquel que esté sujeto al escrutinio público.
La materia prima del periodista es la pregunta. Periodista que no pregunta no es periodista. Así de sencillo. Y por más sencillo que parezca, hay quienes no gustan de las interrogantes del periodista.
Mujeres y hombres alrededor del planeta han ejercido esta profesión, a veces confundida con oficio, vituperada y minimizada. De hecho, desde ex deportistas hasta especialistas de otras carreras, suponen que pueden hacer de periodistas por el sólo hecho de conocer sobre un tema específico. Pero eso no es periodismo. Es opinión de expertos, las cuales pueden ser grandilocuentes y esclarecedoras, sin embargo, si no son presentadas para que el público digiera la información, se tornan en un arma de dos filos, sobre todo, ante la falta de una interpretación, y peor aún, ante la ausencia de la contrastación de ideas. Y eso lo logra el periodista.
Evidentemente, se requieren periodistas mejor preparados, tanto cultural como tecnológicamente. El periodista debe defender esta labor desde su trinchera. Requiere un grado universitario por lo menos, en gran medida, porque debe codearse con maestros, doctores, gente de a pie, personas comunes, con todo un mosaico social que no debe superarlo, máxime si la realidad es compleja. Sin embargo, el periodista hecho en la vida misma, supone también un dejo de experiencia y de vivencia, tan ricas que en ocasiones amalgaman los hechos, los datos, las declaraciones, en una pieza única de trascendencia periodística.
Así que, siempre habrá un periodista, dispuesto a todo por hallar la verosimilitud. No importa el dinero, ni las malas condiciones de subsistencia, el periodista no es una especie en extinción, por la sencilla razón de que en millones de seres humanos existe la necesidad intrínseca de saber y revelar la verdad.