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Martes, 28 Septiembre 2021 08:00

¿Peligra la democracia en América Latina?

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Muchos elementos acechan a la democracia en América Latina; un día sí y otro también, las amenazas son cada vez más persistentes. A los problemas comunes se agrega ahora la codicia y los intereses particulares de un individualismo egoísta, que olvida el bien común y el interés general como objetivo de convivencia y progreso. La región se mueve entre la autocracia y el fin del consenso democrático.

 

Hace tiempo que algunos síntomas vienen anunciando la desmoralización social, entre los factores que inciden y dibujan a una democracia disfuncional y atrofiada. Lejos de atajar los problemas de raíz, quienes han tenido la responsabilidad de solucionarlos, aplican solo medidas paliativas para combatirlos. Como tal, aun cuando la democracia sigue aglutinando un amplio apoyo en la zona, se advierte también un franco retroceso. Distintos indicadores apuntan que existe en la región un malestar inquietante y progresivo con esta forma de gobierno.

 

Poco favorecen los sucesos en Nicaragua y El Salvador, no lejos está Venezuela, y en Sudamérica se presentan con frecuencia conflictos que intimidan la estabilidad de un régimen. La democracia está en recesión: si antes el peligro radicaba en los golpes de Estado, actualmente la descomposición comienza de manera más velada y sutil. Hoy las democracias mueren en las manos de líderes electos que hacen uso y abuso del poder para subvertir los mecanismos democráticos a través de los cuales llegaron al mando.

 

Apenas en 2019, Nayib Bukele irrumpió como un terremoto en la política salvadoreña. Hoy, a solo dos años de asumir la presidencia, está en el ojo del huracán. Se le acusa con evidencia de atentar contra la independencia y la separación de poderes. Maniobró para conseguir una nueva integración de la Sala Constitucional en la Corte Suprema, y a solo tres meses, esa nueva composición le obsequió la reelección el pasado 4 de septiembre. Nicaragua tiene también una historia muy particular, Daniel Ortega ha consolidado un poder personal y familiar, como nadie en la historia moderna de ese país.

 

Acompañado por su esposa Rosario Murillo, como vicepresidenta, Daniel Ortega ha logrado consolidar todas las ramas del gobierno bajo el control de su partido y ha limitado las libertades fundamentales en su país. Para contender por cuarta ocasión consecutiva a la presidencia, ha desmantelado a la oposición. Mediante el predominio del Frente Sandinista, en los próximos comicios Ortega garantiza su victoria a través de la eliminación de cualquier indicio de competencia partidista.

 

Varios estudios ponen énfasis en los peligros para la democracia en América Latina. Más allá de la insatisfacción ciudadana, que crece de manera paulatina, organizaciones como Human Rights Watch destacan la desbordante tentación de establecer regímenes autocráticos. Esa clase de liderazgos son los que rara vez resuelven los problemas que utilizan para justificar su ascenso al poder. Se trata, en muchas ocasiones, de gobiernos que no rinden cuentas y se vuelven más propensos a la represión, la corrupción y la mala gestión. Dado que suelen darle prioridad a perpetuar su propio poder, a los autócratas no les agrada el escrutinio auténtico y la crítica.

 

Cualquiera diría que las instituciones fundamentales del Estado resisten bien frente a las extralimitaciones de los líderes autócratas, pero eso no parece suficiente. A diferencia de los dictadores tradicionales, los aspirantes a autócratas de hoy en día emergen de entornos democráticos. Incluso las democracias más consolidadas del mundo se han mostrado vulnerables ante la demagogia y la manipulación (no debemos olvidar el asalto al Capitolio en Washington). Peligra la democracia en América Latina ante la velocidad de contagio de un virus político: la autocracia.        

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