Casi el noventa por ciento de las personas aseguran que han creído en alguna información falsa difundida en redes sociales. En la mayoría de los casos, las fake news se distribuyen para generar sentimientos o posicionamientos de tal modo que parezcan auténticas. El consumo y difusión de información ficticia afecta a la ciudadanía más de lo que pensamos, provocan confusión en ámbitos relacionados con la economía, la salud y la política. Puede dar lugar a un voto temperamental, basado en el resentimiento y no en la razón.
Mentira y política mantienen una relación de larga historia. Desde que la política existe, la falsedad nos ha acompañado, sería incorrecto suponer que es de ahora. El fenómeno del engaño y de la desinformación ha estado en la política habitualmente, el problema actual es la capacidad e incidencia de la información falaz. Algunos políticos mienten para eludir responsabilidades, apuntarse un éxito ajeno, incluso para excluir a otros actores de la esfera de la legitimidad.
Existen políticos sinceros y tramposos en un porcentaje similar al resto de los ciudadanos, pero las consecuencias de sus embustes y los recursos para timar son mayores. Guardan los políticos un vínculo muy particular con la verdad y muchas veces tratan de convencer a través de una realidad alternativa. La mentira política suscita lazos poderosos con la ciudadanía y tiene una dimensión pública incuestionable. Cree la gente que los políticos mienten y en eso tienen ellos una ventaja, pues de entrada ya no sorprende.
Muchas formas de hablar acaban matizando o manipulando tanto la verdad que la frontera entre lo cierto y lo inexacto se torna difusa. Si un instrumento básico para que la ciudadanía acceda a la democracia es la información, deben existir entonces diferentes fuentes para que la gente pueda contrastar. Aunque las personas dejen de creer, tienen a la vez la necesidad de confiar, de reconfortarse con alguna verdad. Pero ocurre que las noticias falsas llegan más lejos que las verdaderas. Enfrentar la desinformación deliberada no es una tarea sencilla.
Ante una gula informativa por exceso de noticias infundadas y una constante adicción a las redes sociales, se extravía el piso mínimo de entendimiento y solo hay lugar para la estridencia. Las elecciones en tiempos de redes y fake news, propician que la frustración vuelva a votar. Las personas enojadas han encontrado en las redes a otros usuarios molestos y rencorosos. Detrás de una pantalla cualquiera puede ser activista y con tantos mensajes altisonantes, es difícil mantener la moderación.
Todos sabemos los riesgos de empujar la calidad de la discusión democrática hacia una espiral ascendente. Nada crece más que las expectativas y, cuando éstas no se cumplen, los votantes se desilusionan. Entre tanto enojo los electores dejan de creer en los argumentos. Cuando la gente se cansa de que nadie le preste atención, se organiza para relacionarse y las redes sociales facilitan ese contacto. Irrumpe ahora la desinformación intencionada, la manipulación política de las creencias y el manejo de emociones y símbolos para influir en la opinión pública y en actitudes sociales.
Exponer el nexo entre democracia y mentira debe poner énfasis en que la definición tradicional de lo falso, es insuficiente para comprender el lugar que la mentira tiene en el ámbito político. En ese contexto, la mentira no solo transmite creencias falsas, sino que fractura la confianza social y estropea la calidad de las discusiones sobre los problemas con impacto social. Cuando el político miente, muchas veces más allá del ánimo de engañar, está la intención de levantar emociones, de confrontar y polarizar.
Siempre es latente el peligro de la mentira en el ejercicio de la democracia, y eso trae serias repercusiones. Las personas votan, en buena medida porque han confiado en un sistema que por siglos les ha dicho qué, si eligen representantes, esas mujeres y hombres harán que las cosas sucedan. Pero cuando no hallan resultados, truenan, se enfadan y eligen más por la visera que por la razón. No agrega buen talante al elector, si además de la indignación, se suma la desinformación y el engaño.
Quien consume comida chatarra suele tener mala digestión, eso mismo sucede con la información que nutre al voto. La posverdad, el engaño y la mentira, podría dar lugar al voto cínico.
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