Observar los astros desde la igualdad
Escrito por Amalia Pulido GómezJulieta Fierro nos mostró que la ciencia podía contarse de forma simple y que la educación pública cambia destinos. Nos corresponde demostrar que sus enseñanzas la sobreviven
La aclamada y brillante astrónoma mexicana, Julieta Fierro, volvió a ocupar titulares el pasado viernes. Su partida de este plano ha permitido recordar su amplísimo legado y conmemorar sus logros, pues en un país donde la astrofísica suele sonar ajena y reservada a minorías privilegiadas, ella la hizo cotidiana y atractiva. Su narrativa fue capaz de llevarnos de la mano por galaxias –como quien cuenta un cuento–, pero sin perder el rigor académico.
No es casualidad que resumiera su vasta trayectoria en una línea simple: “Me dedico a la divulgación”. Esa frase, que parecería modesta frente a sus vastos logros y trayectoria, encierra una visión profundamente política. La ciencia puede y debe ser territorio para la igualdad. En un país donde la educación pública sigue en desarrollo, ella apostó por abrir el conocimiento. Y es que en un mundo en donde lo personal es irrefutablemente político, hablar de Julieta Fierro también es hablar de género. Este factor lleva a admirar su trayectoria aún más.
Aunque innegablemente ha habido un aumento en la participación de mujeres en la ciencia, ésta todavía es marginal. De acuerdo con datos de la ONU, solo el 35% de todo el alumnado de carreras relacionadas con las ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas son mujeres. De hecho, los mismos datos señalan que, más allá de la educación formal, las mujeres en estas áreas perciben, en promedio, salarios 85% menores que sus homólogos masculinos.
A esto se suman razones de sobra para sostener la importancia de la participación femenina en cada uno de los espacios de creación de conocimiento. Ese vacío tiene consecuencias concretas: algoritmos que no reconocen voces femeninas, chalecos antibalas que no se ajustan a sus cuerpos y coches diseñados para resistir choques en cuerpos masculinos, por citar sólo algunos ejemplos. El mundo, literalmente, se sigue diseñando como si las mujeres fuéramos una anomalía.
Ese conjunto de omisiones dibuja una verdad incómoda: el conocimiento no es neutral. Está moldeado por quienes lo producen, y durante siglos quienes lo produjeron fueron hombres. Julieta Fierro rompió esa inercia al mostrar que se podía mirar al universo con ojos distintos, con un lenguaje que no excluyera y con preguntas que partían también de la experiencia femenina.
La divulgadora se convirtió, en ese contexto y casi por accidente, en un faro. No solo porque inspiró a miles de niñas y jóvenes a imaginarse en la ciencia, sino porque ejerció una pedagogía política: demostró que la curiosidad no es un privilegio reservado para los hombres. En sus conferencias lo mismo aparecían niñas de primaria que investigadores consolidados, todos y todas fascinadas por su capacidad de transformar lo abstracto en tangible. Su estilo probó que la divulgación es una herramienta extraordinaria para democratizar el saber.
La figura de Fierro adquiere una dimensión simbólica enorme. No se trata solo de recordarla como pionera, sino de preguntarnos qué hacemos con su legado.
El verdadero homenaje será cuando una niña mexicana sentada en una clase de primaria pueda hablar de galaxias sin que nadie dude de que ese también puede ser su futuro. Será cuando una joven con hijos pueda terminar su carrera porque tiene acceso a una guardería. Sucederá cuando una investigadora no tenga que elegir entre publicar o sobrevivir a un ambiente hostil.
Julieta Fierro nos mostró que la ciencia podía contarse de forma simple y que la educación pública cambia destinos. Nos corresponde demostrar que sus enseñanzas la sobreviven. En sus palabras: ¡Recuerden que la ciencia es libre!
POR AMALIA PULIDO
PRESIDENTA DEL INSTITUTO ELECTORAL DEL ESTADO DE MÉXICO
@PULIDO_AMALIA
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