Las elecciones presidenciales de Bolivia del pasado domingo marcan un punto de inflexión en la historia reciente del país. Por primera vez en casi dos décadas, el Movimiento al Socialismo (MAS), que bajo el liderazgo de Evo Morales fue la fuerza política predominante, quedó relegado a los márgenes de la contienda. Lo que parecía impensable hace unos años —una segunda vuelta entre dos candidatos alejados de la izquierda— es hoy una realidad que plantea interrogantes sobre el rumbo que tomará la nación andina.
Dos candidatos pasarán a la segunda vuelta del 19 de octubre: Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano con poco más del 32% de la votación, seguido por el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga, de la alianza Libre, con casi el 27%. Por su parte, las candidaturas que representaban, de manera más o menos directa, la continuidad del MAS —Eduardo del Castillo y Andrónico Rodríguez—quedaron completamente desdibujados.
Aunque se había vuelto una constante que el MAS ganara con márgenes amplios, incluso con mayorías absolutas que hacían innecesaria la segunda vuelta, Del Castillo quedó en sexto lugar con apenas el 3% de la votación. Andrónico Rodríguez, considerado en su momento como potencial heredero del proyecto del MAS, apenas alcanzó el 8%. La caída en picada de esa fuerza política obedece a múltiples factores. Entre los principales: divisiones internas, desgaste de liderazgos y crisis económica. Las urnas de 2025 no hicieron más que confirmar una tendencia que ya se había insinuado en los últimos años.
Además de las divisiones de la izquierda, también pesó el desgaste de un modelo que, aunque exitoso en sus primeras etapas, no fue sostenible frente a cambios internacionales y problemas estructurales. El “milagro económico boliviano”, basado altamente en la exportación de hidrocarburos nacionalizados y en una inflación estable, reventó con la caída de precios internacionales, la reducción de reservas y la incapacidad de diversificar su producción.
En este contexto, la promesa de estabilidad del MAS dejó de ser creíble para una ciudadanía cada vez más desgastada. Siguiendo una de las escuelas clásicas de comportamiento electoral, la economía es un factor que define las preferencias políticas: las personas votan con el bolsillo.
Sin duda, la ausencia de Evo Morales en la contienda contribuyó al declive del Movimiento. El líder, oriundo del altiplano boliviano, quedó fuera del mapa electoral por disposiciones legales que le impidieron una nueva postulación. Lejos de aceptar ese desenlace, Morales denunció persecución y llamó al voto nulo, el cual alcanzó el 15% en un país en donde el voto es obligatorio. Estas elecciones podrían considerarse como un referéndum sobre su legado y que el electorado boliviano atraviesa un cambio profundo.
Frente a la implosión de la izquierda, emergieron dos candidatos de corte liberal y conservador. Rodrigo Paz Pereira que propone descentralización y es considerado como una alternativa a inercias históricas, y Jorge “Tuto” Quiroga que representa experiencia y propone la digitalización del servicio público. Pero no debe confundirse la derrota de la izquierda con un cheque en blanco a la derecha. Si bien los resultados evidencian fragmentación y desconfianza hacia las élites políticas tradicionales, también es cierto que el electorado castiga y premia a su clase política, alejándose cada vez más de los modelos de voto duro.
La segunda vuelta será un examen de legitimidad para el futuro gobierno. Bolivia parece alinearse a las tendencias internacionales: rechazo a las élites políticas, vueltas a la derecha y desesperanza por crisis económica. Con las próximas elecciones en la región sabremos si América Latina seguirá en esa misma dirección o el país andino representa un cambio aislado.
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