El reciente alto al fuego entre Israel y la organización yihadista Hamas marca un hito en el largo y devastador conflicto que comenzó en octubre de 2023. Si bien representa un respiro después de 15 meses de intensos enfrentamientos, este acuerdo también pone de manifiesto los retos inherentes a los procesos de paz.
La guerra en la región ha dejado una herida profunda en Medio Oriente. Este alto al fuego –mediado por Qatar, Egipto y Estados Unidos–, busca detener la violencia que ha resultado en decenas de miles de personas que han perdido la vida, violaciones masivas a derechos humanos, una devastación sin precedentes en la Franja de Gaza y nuevos frentes en Líbano.
Así, mediante una serie de etapas que contemplan la liberación de rehenes y prisioneros; la entrada de ayuda humanitaria, y la reconstrucción de Gaza, por fin se vislumbra el fin de esta guerra. Pero hay que ver el tema con cautela: el camino hacia la paz está plagado de obstáculos que van desde la desconfianza mutua hasta la posibilidad de fragmentación interna en cada una de las partes.
La historia demuestra que uno de los principales desafíos se encuentra en garantizar que ambas partes respeten los términos de las negociaciones. Así, la participación de países terceros es fundamental para monitorear y mediar, aunque su capacidad para imponer consecuencias efectivas a las partes es limitada.
Los acuerdos de paz tienen diferentes etapas. La primera considera la liberación escalonada de personas de ambos bandos que se encuentran como rehenes y prisioneras y la apertura de fronteras para permitir el flujo constante de ayuda humanitaria. Esta previsión es esencial dado el colapso del sistema de salud en Gaza: de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, solo el 38% de los centros de atención primaria está operando.
Como lo explicó el expresidente Biden, la segunda etapa se negociará a partir del 3 de febrero y plantea un fin permanente a la guerra: liberación de todas las personas que fueron tomadas como rehenes, un alto al fuego permanente y la retirada completa de soldados israelíes. Finalmente, se planea que la tercera consista en el retorno de los restos humanos, así como la reconstrucción de Gaza, misma que será supervisada por Egipto, Qatar y la Organización de las Naciones Unidas.
Una solución de largo aliento requerirá la continua participación de la comunidad internacional e implica el reto de garantizar la coexistencia de las partes en conflicto. Ciertamente, más allá de la infraestructura física, la reconstrucción también tendrá que darse a nivel social.
También a nivel interno serán necesarias soluciones en cada una de las partes. El diseño de sistemas electorales inclusivos es una herramienta crucial para pacificar sociedades con fragmentaciones internas y garantizar voz a los diversos grupos.
Un proceso correctamente diseñado e implementado de justicia transicional será clave para hacer frente a las graves violaciones de derechos humanos cometidas en los últimos meses. Si bien la polarización y la desconfianza mutua dificultan la implementación de mecanismos como comisiones de verdad, garantías de no repetición o programas de reparación, resulta imperativo aprender de experiencias internacionales. La reconciliación en Sudáfrica y Ruanda, por ejemplo, pueden dar la pauta para reparar después de un genocidio.
Estamos ante un momento clave en el que los desafíos son inmensos y, por lo mismo, las soluciones no pueden ser fragmentarias ni –únicamente– inmediatas. Abordar este conflicto requiere de un enfoque integral que abarque medidas de justicia restaurativa y retributiva para sanar la región.
La comunidad internacional tiene un papel crucial como garante y facilitadora de los acuerdos, pero la esperanza también está en la sociedad civil de ambas naciones. Ésta debe ser fortalecida para reclamar un futuro donde la paz no sea solo una pausa entre guerras, sino una realidad transformadora y duradera.
Conéctate