Democracia y bienestar: el papel de la empatía y la ética pública en la gobernanza
Escrito por Jose Rivera FloresEn la vida democrática moderna, el bienestar social no depende únicamente de las instituciones ni de las leyes que las sustentan, sino también de la calidad ética de quienes las integran. La democracia, entendida como un sistema vivo, necesita más que estructuras formales: requiere principios, valores y una práctica constante de la empatía y la responsabilidad moral.
En ese sentido, la ética pública —y en particular la deontología del servicio público— se presenta como un pilar esencial para fortalecer la confianza ciudadana y consolidar una gobernanza orientada al bien común.
Se puede entender a la deontología como el conjunto de deberes, principios y normas que guían la conducta profesional. En el ámbito de la función pública, esta ética del deber cobra especial relevancia, quienes ejercen cargos institucionales no solo representan a la administración, sino también los valores democráticos de legalidad, imparcialidad, honestidad y respeto a los derechos humanos. La observancia de estas normas éticas no debe verse como una carga, sino como un instrumento de fortalecimiento institucional y humano.
En las últimas décadas, el servicio público en México ha avanzado en la construcción de marcos normativos y códigos de conducta que orientan la toma de decisiones bajo criterios de transparencia y rendición de cuentas. Estos avances reflejan un compromiso creciente con la ética institucional. No obstante, el reto actual consiste en trascender el cumplimiento formal de la norma para alcanzar una ética vivida, es decir, una práctica cotidiana en la que el servidor público actúe con empatía, congruencia y sentido de responsabilidad hacia la sociedad.
La empatía, entendida como la capacidad de comprender las necesidades del otro, es una virtud que humaniza la gestión pública. Gobernar con empatía no implica renunciar a la objetividad o a la legalidad, sino complementarlas con sensibilidad social.
La toma de decisiones empáticas considera las consecuencias humanas de las políticas públicas y fomenta la inclusión, el respeto y la equidad. Una administración empática y ética no solo mejora la eficiencia institucional, sino que fortalece el vínculo entre el Estado y la ciudadanía.
En este marco, la gobernanza emerge como el espacio donde convergen los esfuerzos del gobierno, la sociedad civil y el sector privado para dar respuesta a los desafíos colectivos. No se trata únicamente de gobernar, sino de gobernar con y para las personas, mediante la colaboración y la corresponsabilidad. La gobernanza moderna entiende que las soluciones sostenibles requieren diálogo, coordinación y cooperación entre los tres órdenes de gobierno —federal, estatal y municipal— junto con la participación activa de las comunidades.
El trabajo comunitario, cuando se articula con políticas públicas incluyentes y éticamente sustentadas, se convierte en un motor del desarrollo humano. En este sentido, los mecanismos de participación ciudadana —como los comités vecinales, los consejos consultivos o las asambleas locales— son expresiones concretas de la gobernanza democrática. Estas instancias no solo fortalecen el tejido social, también amplían los canales de confianza entre la ciudadanía y sus instituciones.
La democracia requiere servidores públicos comprometidos con el deber, ciudadanos vigilantes y una sociedad que reconozca el valor de la honestidad como base del bienestar colectivo.
En conclusión, la gobernanza democrática se construye con empatía, ética y compromiso compartido. El reto no es solo administrar con eficacia, sino hacerlo con conciencia moral, coordinación institucional y participación social. Así, la deontología del servicio público se convierte en un faro que guía el ejercicio de la autoridad hacia un horizonte común: una democracia más humana, más confiable y más cercana a las personas, donde la participación ciudadana y la colaboración intergubernamental sean los cimientos del bienestar duradero.
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