Participar es la idea, incluso cuando nadie ve
Vivimos en tiempos en los que casi todo pasa por la mirada pública. Documentamos -casi- todo lo que hacemos, compartimos cada logro y muchas veces medimos el valor de nuestras acciones por la cantidad de reacciones que generan.
En esa lógica, un poco ansiosa, de visibilidad constante, la participación ciudadana también puede confundirse con algo que se hace solo cuando hay cámaras, una selfie, micrófonos o un público -virtual- que aplauda con emojis. Sin embargo, el verdadero valor de participar está precisamente en lo contrario: en hacerlo por convicción, con sentido de comunidad, incluso cuando nadie mira.
La democracia se sostiene no solo en los grandes eventos electorales que, vale decir en México y en el Estado de México son cada vez más grandes, sino en una suma infinita de gestos cotidianos.
Participa quien respeta las reglas comunes, quien elige informarse antes de opinar, quien ayuda a organizar en su colonia o en su escuela, o quien respeta la voz del otro, aunque piense distinto. Participa quien dedica tiempo a capacitarse para ser funcionario o funcionaria de casilla, quien entrega materiales electorales, quien trabaja detrás de un proceso para que todo funcione con orden y transparencia.
En los procesos electorales, la atención pública suele centrarse en las candidaturas, los resultados o las polémicas. Pero detrás de cada jornada hay miles de historias que nadie cuenta: personas que se levantan antes del amanecer para abrir una casilla, que enfrentan la lluvia o el calor, que revisan listas, sellan boletas, atienden dudas, cuentan votos con paciencia y regresan a casa agotadas cuando el sol se ha ocultado, pero satisfechas. No hay aplausos ni reflectores, aunque sí una profunda satisfacción: la de haber contribuido a algo más grande que uno mismo: a la democracia y a la participación ciudadana.
Esa es la esencia de la participación ciudadana: hacer lo correcto no por reconocimiento, sino por responsabilidad. Porque la democracia, al final, no se mide en popularidad, sino en compromiso.
En una sociedad donde todo parece que la inmediatez adquiere protagonismo, participar sin esperar recompensa es un acto de madurez cívica. Es creer que el esfuerzo individual, por pequeño que parezca, tiene impacto en lo colectivo.
Por eso es tan importante reconocer el valor de quienes participan sin buscar protagonismo. Su ejemplo demuestra que la democracia no se agota en las urnas, ni empieza o termina con las elecciones. Se construye todos los días, en los espacios más cercanos: en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la calle. La participación no se impone, se ejerce desde la conciencia.
Los institutos electorales, en ese sentido, son espacios donde esa participación silenciosa se hace visible: cada capacitación, cada revisión de procedimiento, cada persona que colabora en la organización de una elección fortalece la legitimidad del sistema. Su labor demuestra que la democracia no es una maquinaria que se enciende cada tres o seis años, sino un proceso constante de colaboración, confianza y responsabilidad compartida.
La democracia necesita de esas manos anónimas que la hacen posible. De quienes entregan tiempo sin buscar recompensa. De quienes creen en la fuerza del deber cumplido. Porque al final, las democracias no se sostienen con discursos ni con aplausos, sino con millones de pequeñas acciones que, aunque parezcan invisibles, son las que garantizan que todo funcione.
Participar es una declaración silenciosa, pero poderosa, de confianza en los demás. Y esa confianza —aunque no se vea— es el verdadero cimiento de toda democracia.
Los medios de comunicación frente al dominio de internet
Muchos de nosotros crecimos viendo cómo los mayores llegaban con un diario bajo el brazo. Seguramente, en muchas de esas ocasiones, jugamos con el papel y nuestras manos terminaron manchadas de tinta; o bien, esos diarios eran usados para envolver alguna figura de porcelana y así evitar que se rompiera, o quizá siendo utilizado para que los vidrios de las ventanas quedaran impolutos y casi imperceptibles. Si echamos la vista atrás, también nos daremos cuenta de que no teníamos teléfonos sin botones. Ya ni hablar del internet.
En cambio hoy, es muy extraño que alguien conocido, amigos o nosotros mismos acudamos al puesto de periódicos más cercano a adquirir el diario del día. Es más fácil y sencillo consultarlo desde nuestro dispositivo móvil con acceso a internet; precisamente esa facilidad es la que está cambiando la manera en que funcionan los medios de comunicación y les está obligando a replantearse los esquemas con los que han funcionado, incluso, durante más de un siglo.
El mundo se ha mudado a internet, a las redes sociales, a los videos cortos y al dominio de los influencers. Dichos fenómenos tan actuales han hecho tambalear a los diarios tradicionales provocando una caída de su consumo. El INEGI revela que los lectores de diarios están en vías de extinción.
El propio Instituto publicó en 2023 que solo 18.5% de la población lectora señaló que había leído periódicos en los últimos 12 meses, tanto en su versión impresa como digital. Este fue el punto más bajo desde el año 2016. Y aún resulta más revelador un dato: “tanto en su versión impresa como digital”. Lo que quiere decir que el diario, como lo conocemos, ha entrado en una fase de desuso.
¿Qué hacer ante este panorama? No hay que dejar de lado que los medios de comunicación son, ante todo, empresas y que, como tales requieren establecer dinámicas de innovación y, aunque suene difícil, ir preparándose para dejar atrás, de manera gradual, la forma impresa de dar las noticias.
Y ya hay avances, pues actualmente no existe un medio de comunicación que no tenga ya una página web y que trabaje de forma digital; es decir, que ya haya iniciado su transición hacia la web que, por lo demás, tiene las ventajas de ser inmediata y de fácil acceso.
Acá el punto es cómo los medios, en tanto empresas, logran establecer mecanismos de diversificación para su negocio y utilizando a las redes sociales como aliadas para hacer llegar sus mensajes a sus audiencias, dejando de lado o combinando esquemas de ventas distintos, y mucho más allá de esperar recursos provenientes de convenios con entes públicos. Ya no pueden ser la única vía de acceder a recursos para financiar su estructura de funcionamiento.
Por el contrario, se hace estrictamente necesario que los medios abran su panorama, implementen mecanismos innovadores. Algunas vías pueden ser las siguientes.
Pensar en la figura de un influencer del propio medio parece una opción. Un rostro, una voz que haga que la atención de sus audiencias se centren en él o ella, que sea una especie de vocero o portavoz en las redes sociales, sea fácilmente reconocible y con el que las personas usuarias se familiaricen.
Otra opción puede ser la de un esquema que voltee hacia la publicidad de negocios o emprendimientos locales, entrando de lleno a la competencia con influencers que ya tienen parte de ese mercado capturado.
Algo más, que desde las páginas web se ofrezcan diversos productos. A diversos medios impresos les precede un prestigio acumulado de años, por lo que son canales confiables, ¿por qué no usar esa experiencia para vender productos o que las marcas utilicen sus plataformas para promocionarlos?
Todas las empresas de medios de comunicación tienen frente a sí el reto de reinventarse para persistir en el tiempo, pero no solo para eso, sino para continuar generando empleos y mantener informada a la ciudadanía de una forma actualizada y adaptada a las tendencias del contexto actual en el que desde el teléfono móvil tenemos el mundo a nuestro alcance.
La creatividad, la apertura de las y los empresarios para admitir que el mundo cambia con cada algoritmo, y que se trata de innovar serán claves de su existencia.
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